sábado, 21 de febrero de 2015

SERENDIPIA capítulo uno

El día se presentaba estresante; documentos que leer, visita a los tribunales, presentación de testigos, reunión con los fiscales, firmas. Gonzalo Albornóz Peláez, abogado, de los buenos, 45 años, divorciado con un hijo de 15 años rebelde y hasta mala conducta. Actualmente sale con una mujer mucho menor que él. Llevan un mes de relación, tenía toda la semana esperando que fuera viernes. Ya era viernes.

No tanto por llegar el fin de semana sino por lo que tenía planificado hacer desde hace varias semanas y hoy era el día, más bien la noche.

Gonzalo es una persona reservada y seria. Es de poco salir, siempre del trabajo a su casa, que normalmente el trabajo lo termina después de las nueve de la noche.

Pero su vida comienza una vez que llega a casa y enciende su computadora. Videos, chats, redes sociales, cámara, lo necesario para encuentros con hombres; verse desnudos entre ellos, masturbación mutua, sexo telefónico.

Era el único contacto sexual que ha tenido con otros hombres, el virtual, se puede decir que es virgen en ese terreno, sólo ha estado con mujeres.

Hace unas semanas conoció a una persona que lo introdujo en el mundo BDSM, un término para abarcar un grupo de prácticas y fantasías eróticas. Unas siglas formadas con las iniciales de las palabras: Bondage, disciplina y dominación, sumisión y sadismo y masoquismo. Todos los días le enviaba información de esas prácticas sexuales.

Sebastián Muñoz, chileno, ingeniero, 36 años, soltero, gay, trabaja en una Trasnacional de productos de higiene personal, lo trasladaron de Chile a Venezuela por cuatro años, lleva ocho meses en el país. Tiene tres amigos con los que comparte su pasión por el BDSM. Tienen un apartamento alquilado entre los cuatro donde hacen las prácticas con clientes a los que les cobran para dejarse hacer y hacer lo que quieran. Gonzalo Albornóz será uno de esos clientes la noche de este viernes.

Gonzalo estaba en su oficina terminando de firmar una pila grande de documentos, mientras lo hacía pensaba en todo lo que ocurriría esa noche. Iba a ser la primera vez que estaría con un hombre, en este caso con cuatro hombres. De sólo pensarlo se erectaba y mojaba sus interiores, el corazón le palpitaba a toda velocidad, las manos le sudaban y se le secaba la boca.

Eran las nueve de la noche y Llamó a su novia para decirle que esa noche no podían verse pues tenía mucho trabajo y se quedaría a dormir en la oficina. Su hijo lo había llamado varias veces para pedirle dinero, hasta que por fin accedió y le mandó dinero con el motorizado, vería a su hijo el domingo para pasar el día con él. Su exmujer lo tenía atormentado con la pensión alimenticia para que se la aumentara y para que le diera un dinero extra para ropa de su hijo. El único momento en que sus erecciones no funcionaban: hablar con su ex.

Colgó la llamada y terminó de firmar los documentos. Estaba muy nervioso, se tomó un par de pastillas de valerianas y entró al baño. Se desabrochó el cinturón, se bajó el cierre y dejó caer el pantalón. Su pene estaba totalmente erecto, rígido, muy duro. Tenía que masturbarse si quería durar más y así lo hizo. Unas escasas sacudidas fueron suficientes para correrse en segundos. Se descargó en el urinario. Tuvo que apoyarse un instante en la pared, se había mareado.

Se incorporó, se lavó el pene y sus manos y volvió a subirse el pantalón. Salió del baño, se quitó la corbata, agarró su maletín, apagó las luces y se fue de la oficina.

Se fue al sótano y buscó el carro. Al montarse le escribió Sebastián.

<<Voy saliendo para allá>>

Eran las 10 de la noche. Su cita era en un ciudad dormitorio a 30 minutos de Caracas.

Al llegar a la autopista se pararía en la primera estación de servicio para echar gasolina y comprarse una bebida energizante. Seguía ansioso y las manos le sudaban. Detuvo el carro en la tienda de conveniencia y se fue directo al baño. Necesitaba masturbarse de nuevo, el pene le dolía de tanto mantener la erección. No había nadie pero entró en la poceta, se sacó el pene por el cierre del pantalón y volvió a hacerlo, no hubo chance de limpiarse, se acomodó y entró a la tienda.

Cogió dos latas de la bebida energizante y una la ta de maní. Abrió una de las latas y se la bebió de un golpe. Llegó a la caja, pago y se fue.

Cuando se montó en el carro iba pensando en Sebastián y cayó en cuenta en ese momento que lo iba a conocer en persona por primera vez y a los otros tres solo los había visto en fotos. Eso lo puso más nervioso de lo que estaba. Sonó su celular.



<¿Ya estás cerca?>

<Sí, sí, entrando a la urbanización>

<Recuerda, el edificio es el H1, te estacionas al lado del carro amarillo>

<Ok>

Colgó la llamada y se metió el celular en el bolsillo del pantalón, pero se deslizó y cayó en el suelo del carro.

Llegó al apartamento. Tocó el timbre y le abrió Sebastían.

–Buenas noches y bienvenido.

–Gracias. Buenas noches

Entró. El apartamento era pequeño pero cómodo, todo estaba en un solo ambiente, hasta el baño, era abierto. El apartamento tiene dos habitaciones que unieron para hacer el cuarto sado. Gonzalo detallaba cada cosa en el apartamento.

–Te presento a Carlos, Antonio y Jóvito, los cuatro estaremos contigo.

–Mucho gusto, encantado.

–¿Quieres tomar algo mientras os relajamos y preparamos? Hay whisky, vodka, ron, anís. También tenemos unas pastillitas, coca, marihuana.

–No, no, tranquilo tráeme un vodka con soda.

Sebastián trajo las bebidas, los otros tres se habían ido a cambiar.

–¿Trajiste el dinero?

–Claro, toma, aquí está cuéntalo.

–Tranquilo, ya habrá tiempo. Quítate la ropa y ve a esa puerta ahí te van a decir que hacer. Yo entro ahora.



Un cuarto negro, sólo iluminado por tres bombillos a baja intensidad, un columpio de cuero en el medio de la habitación.

Los tres hombres tenía una máscara de cuero que cubría su cabeza y rostro sólo se veían sus ojos y boca, unos arneses gruesos de cuero  que cruzaban su pecho y espalda y unos interiores de cuero que dejaban al descubierto los glúteos y sus penes erectos.

–Ponte esto.–Le dieron un arnés para él–.

Lo ayudaron a montarse en el columpio.  Quedó semi sentado, le tomaron las piernas y se las anclaron con unas cadenas hacia los lados. Su culo quedó a la vista. Le colocaron un ball-gag, una mordaza de bola de plástico que le ajustaron en la boca con una correa de cuero que abrocharon por detrás de su cabeza.



Entró Sebastián vestido como el resto de sus compañeros pero traía un látigo de cuero.


–Esta noche tendrás el mejor sexo de tu vida, vas a poder morir tranquilo cuando terminemos contigo. Te va a gustar maricón–Comenzó a darle suaves latigazos por todo el cuerpo, incluyendo su pene.  La diversión apenas comenzaba para todos.

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