jueves, 19 de noviembre de 2015

MALAS INFLUENCIAS. Como cambian las cosas. #FrançoisSomosTodos


Ya tengo 25 años y puedo decir que la inocencia se ha ido de mi, como también la mensualidad que por ley tenía que pasarme mi padre. Una cantidad considerable la cual no toqué en 22 años, así que podrán imaginarse cuanto dinero hay guardado y para mi solo.
Mi madre jugó bien sus cartas y quedó bien cubierta con el dinero de mi papá y sus ahorros. Ahora tiene un novio con dinero desde hace un año. Un empresario panameño que me cae de la patada, pero a mi mamá la hace feliz y la consiente, y eso es lo que importa. Por supuesto el hombre quiere ganarse mi estima y siempre que viene al país me trae algo; ipad, tablet, iphone, laptop, ropa, cámaras fotográficas, algo que tenga que ver con mi carrera, etc.

La gran mayoría de esos regalos van directo a mercado libre o si tengo que regalar algo a alguien apelo por esos backup. El tipo no es mala gente, pero no sé, no me cae. A veces pienso que es gay, tiene unas actitudes raras, es muy correcto, muy peinadito, en fin yo siempre creo que todos los hombres son gais.

Trabajo en un laboratorio farmacéutico trasnacional, gano bien, no me quejo pero no es un sueldazo, pero tengo mis ahorros, los que les comenté antes. La crisis ha golpeado el sector pero ahí vamos trabajando por el país. Trabajo en el área  de innovación ciéntifica, es más el nombre que lo que en realidad hago pero me apasiona.

Antes de seguir con mi cuento del trabajo, quiero retomar lo que les conté anteriormente. Mi viaje de graduación a Margarita. Pues bien, terminó mal -lo sabía-Laura rayó a Ernesto en el grupo de la universidad, Ernesto la mandó pal carajo, igual hizo mi otro amigo con la otra muchacha pero por distintas razones –era solo tirar y ella no entendió-. Desde aquella vez no sé de ellos salvo un par de veces hace año y medio. Ernesto a veces me escribe pero anda complicado para vernos por su trabajo.

Tomás, bueno, Tomás ahí sigue intentando conmigo. He cedido un poco pero no somos novios, nos vemos, salimos, tiramos, lo pasamos bien pero hasta ahí. Es el pasivo más activo que conozco. El sexo con él es de otro mundo.

De otro mundo es mi jefe. Un mastodonte de un metro ochenta, peludo, unos bigotes como los de Tom Selleck en la serie Magnum –que vi en TCM, no vayan a creer- Unos brazos que son mis muslos y por supuesto pelúo como un oso. Usa la camisa con os botones del pecho abiertos y unos pantalones una talla menos lo que hace que el bulto entre las piernas se le marque hasta sentir angustia. Por supuesto un culo…las nalgas son dos rocas de malecón.

Desde que entré a trabajar ahí le tengo ganas, es decir, tengo ganas de que me agarre y me eché una cogida que me deje suplicando que se detenga –un ratico nada más-. Cada vez que lo veo me saluda con una palmada y me aprieta contra él, cuando nos tropezamos por ahí se toca el paquete, no sé si es por mi o por lo estrecho del pantalón. Meses en eso, me guiña el ojo, me despeina cuando me saluda, hasta me ha dado nalgadas, y yo, a segundos de una incontinencia indetenible.

Apartando todo eso me la llevo muy bien con él, he aprendido mucho del mundo de los laboratorios, aunque cuando se arrecha es mejor estar lejos de él.
Una tarde me tocó quedarme más tiempo de lo normal para terminar de ajustar unas fórmulas para unos medicamentos, ese día había estado en la calle en otras cosas. Ya eran las 7:30 de la noche y sólo quedaban un compañero de otra área y mi jefe que siempre se va tarde. Desde que entré a ese trabajo, nunca coincidí con mi jefe en el baño. Esa noche ocurrió.

Entró y yo estaba al fondo en los urinarios, él se acercó hasta los lavamanos donde había un espejo de cuerpo completo y se detuvo ahí, se miraba.
–Estos pantalones se me ven y los siento pretados, ¿tú los ves apretados?
No sabía que decir –Bueno…si, un poco, normal. – Se desabrochó  la correa, se quitó los zapatos y pa fuera los pantalones. Me miró y se metió la mano en su paquete para arreglarlo para luego bajarse el interior y halarse el guevo, tocarse las bolas. Yo estaba sudando frío al ver esa mole peluda casi desnuda.
Me acerco hasta el lavamanos y a limpiarme, él seguía arreglándose el guevo, cuando se lo veo era una vaina gruesa, no muy larga pero exageradamente gruesa.
–Mira este pantalón la talla. –Me pasó el pantalón con la mano izquierda, su mano derecha tocaba  su guevo, más bien lo restregaba.
–Esa es mi mujer que me compra estas vainas apretadas.
Solté el pantalón y no sé que me dio pero le agarré el guevo. La mano no me alcanzaba para cerrarla entre ese trozo, yo no lo podía creer.
–¿QUÉ COÑO TE PASA GRAN CARAJO? –Me dio un empujón que caí al suelo.
–Yo…disculpe…no sé.
–Déjate de mariqueras, no te equivoques. Soy tu jefe y por menos de esto he botado gente de aquí y tú puedes ser el próximo. –Se vistió y salió del baño. La vergüenza me estaba consumiendo, no sabía como le iba a ver la cara cuando saliera del baño.

Salí de ahí y me fui a mi cubículo a recoger mis cosas.
–Ya me voy jefe…disculpe lo malo. –No lo miraba a la cara.
–Entra.
Que sea la última vez que te comportas como lo hiciste ahora, yo no sé si lo habrás hecho antes con otros compañeros en ese baño pero como yo me entere te boto. Estás amenazado François, te voy a tener vigilado.

Llegué a mi casa y tenía 40 de fiebre, al día siguiente no fui a trabajar.  En la mañana me llamó el jefe.
–¿No me digas que no viniste porque te asustaste por lo de anoche? Mañana te quiero en la oficina así tengas diarrea. No eres un carajito, eres un hombre, afronta los peos, da la cara, te quiero mañana aquí.

La fiebre se fue y me vino una jaqueca. Luego sigo, Chao.

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