martes, 24 de noviembre de 2015

MALAS INFLUENCIAS. Entre sustos y sorpresas. #FrançoisSomosTodos




En el laboratorio éramos una gran familia, mucha camaradería y siempre nos la llevábamos bien, de vez en cuando algunos roces, normales cuando se convive muchas horas con las mismas personas, pero en general muy bien.

Desde que entré me hice pana del jefe de Seguridad y de las personas a su cargo. Gracias a ellos mi estancia en el laboratorio fue más larga.
Una mañana uno de los de seguridad me pide que pase a la oficina de monitoreo de la empresa, estaba recien llegando al laboratorio.

–Siéntate que quiero mostrarte algo.
Mostrarme algo era ver como me metía en el cuarto de limpieza y salía al rato y como me cogí al niño de la limpieza en el piso y le metí el consolador junto con mi guevo y luego gateábamos hacia mi escritorio.
No podía con la pena, verme en el monitor teniendo sexo fue terrible –me veía gordo y en blanco y negro-.

–Esto no lo ha visto el jefe, yo edité los videos diarios y quité eso. Me puedo meter en un peo, porque eso está archivado en el disco duro principal, yo lo saqué de lo grabado. Puedo borrarlo de cualquier sitio pero es complicado. ¿Qué hacemos?.

Ese “¿qué hacemos?” significó bajar a planta baja y sacar del cajero una buena suma de dinero para eliminar de la faz de la tierra y de lo virtual mi video porno. Le di la plata y le supliqué que borrara todo eso de la memoria, pero que me diera antes una copia del video para mi uso particular –gordo y todo era mi video amateur-.
El pana fue un caballero, pero antes burlándose de mi por ser marico –Por lo menos te lo cogiste y no te cogieron, eres un varón– ¿se puede ser más animal? Yo creo que sí, pero bueno, esa gente es así y no estoy yo para cambiarles el chip, lo que quería se logró y mi imagen en la empresa quedó intacta –Bueno casi, el jefe me tiene en la mira como un acosador sexual.

En ese problemita laboral estuve hasta casi las 10 de la mañana, lo bueno es que mi compañero me cubrió la espalda, mientras yo “resolvía un problema con mi tarjeta de crédito clonada”.

El niño de la limpieza siempre me hacía señas para ir al cuarto de la limpieza, le tuve que decir que nos habían pillado que ahí no se podía.
–Ya te dije que puedes venir a mi casa y ahí montamos una orgía con mis amigos.
Sonaba tentador pero eso era una parranda de locas malandras –a ratos sale mi homofobia racista que tengo oculta– en un barrio más peligroso que una favela brasilera.

Ese día salí a las 6 de la tarde, me iba a ver con Tomás para ir al cine, ya había quedado sola la oficina, estaba sólo mi jefe. Me fui al estacionamiento. Al llegar a mi carro y meter la llave en la cerradura, oigo mi nombre, más bien mi apellido.
–¡Puyol! –Todos me llaman por mi segundo apellido, mi madre se siente orgullosa por eso,  pero debe ser que Gota es como poco masculino, no sé.
Al escuchar mi apellido volteo hacia donde venía el grito y era mi jefe.
–Suba a mi oficina que tenemos que hablar.
–¿No puede ser mañana? Tengo un compromiso. –Todavía tenía las santas bolas de decir eso sabiendo lo tensa de las relaciones con mi jefe.
–Tiene que ser ahora, cancele el compromiso y suba a mi oficina, lo espero allá.
Llamé a Tomás y le expliqué. Entendió pero se molestó, le dije que le avisaba apenas saliera.

El trayecto del estacionamiento hasta el despacho del jefe se me hizo eterno, lo suficiente para elucubrar lo que me iba a decir; me abrió un expediente disciplinario, no está contento con mi desempeño, me va a dar un bono, aumento de sueldo por mi gran capacidad, me trasladan a Suiza la casa matriz del laboratorio. En fin cualquier posibilidad cabía ahí. Llegué, toqué y entré.

Mi jefe estaba parado frente al espejo  que tiene justo al lado de la puerta y se miraba.
–Ya sé que le pasa a mis pantalones, no son de una talla menor. Fíjate es esto. –Se agarró el paquete, que en realidad era un bulto de 8 kilos que tenía entre las piernas.
–Ven  acá.

Todas mis hipótesis se cayeron cuando dijo “ven acá”.
–Ponte frente a mi y agarra esto. –Este hombre me estaba poniendo a prueba o de verdad me quería envainar el tronco que tiene. Puse la mano sobre aquello. Aquello estaba duro y caliente y un escalofrío me recorrió.
–Aja, ¿qué piensas?
–Bueno, yo pienso que si, es grande. –Me quitó la mano y se desabrochó el pantalón y lo dejó caer. Un interior blanco reluciente se dejó ver, la tela estaba luchando contra la gravedad. Lo que sostenía ahí no era normal. Se bajó el interior.
–Ahora agárralo con tus manos y dime si te parece grande.
Aquello era una punta trasera, mis manos se veían diminutas sosteniendo eso. Pesaba y seguía caliente.
–Es enorme jefe –dije eso y soné a secretaria sumisa que recibe órdenes. Aquello se movía en mis manos e iba creciendo.
–Ahora quiero que te agaches e intentes meterlo en tu boca. –Sin soltar la punta trasera me agaché, el apartó mis manos y tomó el control de aquello que parecía que tenía vida propia.
–Abre la boca lo más que pueda.
–Una pregunta jefe ¿A qué estamos AAAHGG –No me dio chance de decir más nada, tenía un tolete de carne en mi boca y no sabía –por primera vez- como mamar aquello. Mientras lo acomodaba para facilitar mi faena y sostenerlo con mis manos, mi jefe comenzó a hablar.

–Esa vez en el baño te puse a prueba a ver hasta donde llegabas y eres bien osado carajito. Te dije eso a ver si seguías en los próximos días acosándome y lo que hiciste fue pedir disculpas, eso me gustó, habla bien de ti. Pero es que desde que te entrevisté te tengo ganas y mira ahora te tengo mamando mi pipí.

Que manía tiene la gente de decirle pipí –me incluyo- a las monstruosidades que guardan en el pantalón. En fin, él hablaba, yo mamaba.

–Pero sí, me gustas mucho y quería estar contigo, llevarte a una cama pero es que no aguanté y te busqué, además mi mujer revisa mis cuentas y si ve en la tarjeta lo de los hoteles… -Él seguía hablando y yo disfrutando de esa carne, le pasaba la lengua, me lo metía, lo escupía, volvía a mamarlo.
–Mi esposa es celosísima y cree que me cojo a todas las tipas del laboratorio, para ella todas son unas putas.
–La puta soy yo. –Le dije y me reí y seguí.
–Desabrochate el pantalón y ahora te lo quitas que te voy a empotrar esto.
Me sentí una piltrafa, objeto sexual de un pervertido mastodonte.
Con un brazo me alzó y me cargó, caminó conmigo cargado hasta el escritorio y buscó vaselina, imagínense VASELINA, en mi vida había usado eso, una pasta vizcosa, espesa que olía a bomba de gasolina. Metió la mano y agarró una cantidad considerable y me la untó en todo el culo.
–Te tengo que echar que jode porque esto te va a doler, cada vez que me cojo a mi esposa es un suplicio, ella no disfruta sufre, pero es que eso me das más morbo y me la quiero coger más, así que bueno, aguanta. –Mientras decía eso me alzaba e iba empujando su guevo para diltarme, el tolete a duras penas traspasaba la abertura de mi culo.
–Hay que tener paciencia, mi verga es enorme, pero una vez que la tengas adentro la vas a gozar, mi esposa a los minutos de tenerla adentro se pone como una yegua, así quiero que te pongas tú.
–“¿Cómo una yegua?” Este tipo es más macho que mi papá pero le gusta el culo de un hombre. Ya había metido la cabeza y yo sentía que me estaban metiendo una grúa,  me sentía una vaca pariendo. De repente se detuvo.
–Los culos son estrechos hay que trabajarlos pero una vez que estan dilatados les entra cualquier vaina. Aguanta.
Me abrazó y me bajó clavándome más el guevo, sentía como la vaselina en contacto con el roce de la piel hacía sonidos. Me estaba doliendo pero más podía la excitación. Se volteó hacia el escritorio y me acostó ahí.
–Ahora vas a sentir como si te rompiera la piel pero tranquilo, es normal, luego vas a pedirme que te de duro.
–¿Más? Apenas iba por la mitad  y sentía los riñones en mis amigdalas, terminó de acostarme bien y llegó el momento. Me agarró por los hombros y como si fuera un toro embravecido y terminó de penetrarme. Mis ojos se salieron de sus órbitas o eso me pareció sentir. Mi culo se abrió, la piel se estiró, mis músculos se tensaron. Él se detuvo, dejó de hablar  y esperó que el cuerpo que es sabio se acostumbrara a ese elemento ajeno a él. Me relajé, me soltó los hombros. Unos segundos después retiraba el pene hasta la mittad para volverlo a meter y así seguir una y otra vez.
El dolor había bajado, pero igual la sensación de abertura la tenía, me alzó de nuevo y en el aire me volteó poniéndome boca abajo para volver a penetrar.
–Tienes una cueva, mi verga va a entrar ligerito. –Antes que lo metiera llevé mi mano a mi culo y efectivamente, era una cueva, la mano me entró.
–Saca la mano que ahí voy.  -Lo metió sin pausas, directo. Su fuerte golpeteo me hizo daño en las nalgas pero eso no le detuvo, ahora gruñía, me agarraba de la cintura y halaba hacia él. Era un salvaje.
Sacó su enorme guevo y me volteó. Comenzó a masturbarse, mi pene estaba flácido. Su mano, gigante sostenía aquella verga, la meneaba, comenzó a darle más rápido, más rápido y de repente, su guevo empezó a botar leche como si fuese un grifo a medio abrir, sin presión pero constante, me bañó mi guevo de leche y seguía era una fuente inagotable de semen. El grifo se detuvo y se tuvo que sentar, estaba mareado.
No es para menos, entre la cantidad de sangre que tiene que llegar hasta ahí y la cantidad de semen expulsado se quedó sin energía. Y me faltó, la habladera de paja, como habla cuando tira carajo.

Yo no quería ni moverme, no sabía que hacer con aquel manatial blanco encima de mi. Mi jefe trajo una toalla y me quitó el exceso para luego ir al baño a lavarme. Cuando me levanté, me dolían las piernas, las nalgas y el culo, sobre todo el culo, era un dolor arrecho. Estaba caminando como un vaquero.

–Te dejé doblado ¿no? Eso pasa cuando le meto a alguien esto.
–Si ya me di cuenta jefe.
–Oye, que esto quede entre nosotros, no quiero mariqueras ni chismes, yo tengo a mi esposa y mis hijos, esto es sólo una canita al aire.
–Tranquilo jefe. –Me vestí, el también se vistio, intentaba, su guevo no cabía en el interior y menos en el pantalón, se veía inflamado.
–Si mi mujer me dice para hacer el amor hoy no sé lo que le voy a decir, estoy agotado y mareado.
–¿Quiere que lo lleve a su casa? –Aceptó y nos fuimos en mi carro, con la promesa de buscarlo en la mañana. Al llegar a su casa, se despidió de mi con un abrazo.
–Te portaste como un campeón, aguantas palo.
Me limité a sonreir, el dolor no me dejaba para más. Llegué a casa y me tomé 3 ibuprofenos de 600 mg, el dolor era fuerte.  Lo de ser pasivo tuvo que ser supendido por varias semanas.

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