lunes, 9 de mayo de 2016

TEMPORADA FINAL. Malas Influencias. Un desagradable encuentro.

Un mes ha pasado desde mi experiencia sadomasoquista. Todavía no supero el haberle hecho un fisting a mi roommate, que está de vacaciones y regresa en 3 días.


Ahora tengo mi semana copada con las clases de ingles y de química, no puedo quejarme, es agotador pero gano bastante dinero. Estoy a 3 meses de ser papá, ayer fui a la consulta con el ginecólogo. La situación de David es delicada, ha estado de reposo durante casi todo el embarazo debido a la tensión, aunque el bebé viene sano hay que estar en constante chequeo y eso nos tiene preocupados.



Los gemelos están a semanas de graduarse, Caín quiere estudiar afuera odontología, Abel se queda en Caracas estudiando Administración. Humberto sale con Eugenio, el papá de los trillizos, sólo salen, no hay un compromiso.

Desde hace un mes en mi cama duerme Eduardo, el policía que estaba pendiente de mi mientras estuve detenido. Y desde que se queda en mi casa no ha pasado una noche en que no duerma vestido y con el arma a un lado, cada ruido, cada zancudo que pasa lo despierta sobresaltado y con el arma en la mano apuntando al aire. Susto.



Pero esa mañana fue distinto. Yo dormía profundamente, aún no salía el sol cuando Eduardo se acerca a mi culo, abre las nalgas y comienza con un beso negro mientras yo sigo con los ojos cerrados. Varios minutos después siento el frio del lubricante entre mis nalgas seguido de un sonido de látex ajustándose a su guebo para, en mi posición fetal, comenzar a penetrarme. Abro los ojos y volteo mi cara para buscar sus labios y besarlos. Ya está dentro de mi y haciendo uso de su fuerza me pone boca abajo sin sacarlo de mi culo.

Vuelve a abrirme las nalgas y se acuesta sobre mi.  Su movimiento de caderas es lo que más me excita de él, tiene ritmo y sincronización parece algo ensayado pero en cada movimiento siento su guebo dentro de mi. Mi próstata lo agradece, yo aún más.



Pone su mano en mi frente y me levanta la cabeza para aprisionarme con fuerza hacia él y penetrarme más profundamente. Algo que no sabe es que ese movimiento hizo que me corriera sobre la cama. Retira su guebo y me voltea para enterase que estoy empegostado de mi propio semen.

–Ufff te viniste sin tocarte, que rico. –Levantó mis piernas llevándolas hasta mi cabeza. Volvió a penetrarme, se acostó sobre mi y volvió con su movimiento de cadera. 

Su sudor caía sobre mi boca, cada gota me quemaba la piel, cada gota que se acercaba a mi me excitaba. Su cara se transformaba, daba morbo y miedo verla. Y llegó una cachetada, la sacudida venía con más gotas de sudor y más fuerza, agarrándome la cabeza y embistiéndome de manera rápida y precisa. Se detuvo para retirar su guebo y arrancarse el condón. Comenzó a masturbarse hasta que llegó el momento.

Un chorro blanco cruzó mi cuerpo hasta llegar a mi cara, llegó otro y otro y otro, se detuvo y volvió a sacudir para que saliera otro chorro. Mi barriga estaba bañada de líquido blanco que se escurría por los lados. Se acostó sobre mi y me dio un beso en la boca.

–Me encanta cogerte.

–Y a mi que me cojas y cuando me acabas encima de la manera que lo haces, más todavía.

–Buenos días nené. Voy a prepararte el desayuno.

–¿No te vas a duchar?

–Quiero oler a sexo, pero báñate tú mientras te cocino.



Salí del baño y ya olía a arepas con huevo, cuando me acercaba a la cocina el aroma del café invadió la sala. Lo abracé por detrás.

–Esto se ve muy rico.

–Y falta el jugo natural y que lo pruebes, siéntate.



Nos sentamos a desayunar pero me pidió que me sentara delante de él para comer juntos.

Él se tenía que ir a la policía, yo a una de las empresas para dar inglés. En la tarde nos volveríamos a ver.





Eduardo se retrasó en la policía y decidimos encontrarnos, a mi pesar, en un local de sabana grande, un bar gay en la calle de la puñalada –vaya nombre–Un lugar espantoso pero se la pasa bien, nos íbamos a tomar unas cervezas para relajarnos.

Aunque no se puede entrar armado, Eduardo cargaba la pistola y si alguien se atrevía a acercarse a mi, él solo la tocaba y la otra persona entendía.



Estuvimos 3 horas en el local, ya eran pasadas las 9 de la noche y le dije que ya era hora de irse. –Esta zona es roja.

–Estás conmigo, no te va a pasar nada. –Me dio un beso y me abrazó. Tuve un deyavú, me acordé de Jack.

Al salir a la calle, Eduardo ve a un costado a una persona que está tirada en el piso.

–Mira, otro drogadicto que se pasó de dosis. –Yo volteo y lo veo, un muchacho como de mi edad pero bastante delgado y demacrado y con poco pelo, cuando me acerco para detallarlo mejor, me sorprendo.

–Eduardo, Eduardo coño ayúdame, yo lo conozco.

–¿Al chamo este?

–¡Si! Coño de la madre es Tomás. –Le arranco la liga que tiene en el brazo y le saco la jeringa que le colgaba. –Cárgalo vamos a llevarlo a una clínica.

–No chico, vamos al hospital militar, ahí lo van a atender como en la clínica, tengo unos contactos ahí.

–Lo montamos en mi carro y Eduardo se sentó atrás con Tomás para reanimarlo, lo veía por el retrovisor y me enterneció la escena.

–Mi pana, Tomás despierta, todo va a estar bien, ya te van a atender.

Mientras, yo llamaba a los papás de Tomás para que se acercaran al hospital.



Llegamos y antes de estacionar Eduardo me pidió que lo dejara ahí para llevarse a Tomás de una vez mientras yo estacionaba. Lo vi entrar con mi amigo en brazos y me sonreí.



Entré, estaban en la emergencia. Eduardo acariciaba la cabeza de Tomás que tenía ya la vía tomada y una mascarilla. –Vas a estar bien. -Le decía Eduardo a Tomás que ya había reaccionado.

–Quédate con tu amigo que yo busco donde comprar comida, debes tener hambre igual que yo.

–Llévate las llaves del carro por si te toca ir más lejos. –Se las lancé.

Me acerqué a la entrada de la emergencia para tomar agua y oigo la voz de Eduardo.

–Atiende bien a ese carajo, lo que necesite se lo das, no escatimes, es el mejor amigo de mi pana.

–¿Tu pana o tu novio?

–Bueno, tú sabes como es.

–Ay hermanito, tú y tus cosas, tranquilo que lo voy a atender bien, vete.

–Gracias hermano, gracias por la ayuda.

–Soy tu familia guevón como no te voy a ayudar.



Oir eso me tranquilizó, regresé con Tomás. Llegaban sus padres.

No hay comentarios:

Publicar un comentario