Ahora tengo mi semana copada con las
clases de ingles y de química, no puedo quejarme, es agotador pero gano
bastante dinero. Estoy a 3 meses de ser papá, ayer fui a la consulta con el
ginecólogo. La situación de David es delicada, ha estado de reposo durante casi
todo el embarazo debido a la tensión, aunque el bebé viene sano hay que estar
en constante chequeo y eso nos tiene preocupados.
Los gemelos están a semanas de graduarse,
Caín quiere estudiar afuera odontología, Abel se queda en Caracas estudiando
Administración. Humberto sale con Eugenio, el papá de los trillizos, sólo
salen, no hay un compromiso.
Desde hace un mes en mi cama duerme
Eduardo, el policía que estaba pendiente de mi mientras estuve detenido. Y
desde que se queda en mi casa no ha pasado una noche en que no duerma vestido y
con el arma a un lado, cada ruido, cada zancudo que pasa lo despierta
sobresaltado y con el arma en la mano apuntando al aire. Susto.
Pero esa mañana fue distinto. Yo dormía
profundamente, aún no salía el sol cuando Eduardo se acerca a mi culo, abre las
nalgas y comienza con un beso negro mientras yo sigo con los ojos cerrados.
Varios minutos después siento el frio del lubricante entre mis nalgas seguido
de un sonido de látex ajustándose a su guebo para, en mi posición fetal,
comenzar a penetrarme. Abro los ojos y volteo mi cara para buscar sus labios y
besarlos. Ya está dentro de mi y haciendo uso de su fuerza me pone boca abajo
sin sacarlo de mi culo.
Vuelve a abrirme las nalgas y se acuesta
sobre mi. Su movimiento de caderas es lo
que más me excita de él, tiene ritmo y sincronización parece algo ensayado pero
en cada movimiento siento su guebo dentro de mi. Mi próstata lo agradece, yo
aún más.
Pone su mano en mi frente y me levanta la
cabeza para aprisionarme con fuerza hacia él y penetrarme más profundamente.
Algo que no sabe es que ese movimiento hizo que me corriera sobre la cama.
Retira su guebo y me voltea para enterase que estoy empegostado de mi propio
semen.
–Ufff te viniste sin tocarte, que rico.
–Levantó mis piernas llevándolas hasta mi cabeza. Volvió a penetrarme, se acostó
sobre mi y volvió con su movimiento de cadera.
Su sudor caía sobre mi boca, cada gota me
quemaba la piel, cada gota que se acercaba a mi me excitaba. Su cara se
transformaba, daba morbo y miedo verla. Y llegó una cachetada, la sacudida
venía con más gotas de sudor y más fuerza, agarrándome la cabeza y embistiéndome
de manera rápida y precisa. Se detuvo para retirar su guebo y arrancarse el
condón. Comenzó a masturbarse hasta que llegó el momento.
Un chorro blanco cruzó mi cuerpo hasta
llegar a mi cara, llegó otro y otro y otro, se detuvo y volvió a sacudir para que
saliera otro chorro. Mi barriga estaba bañada de líquido blanco que se escurría
por los lados. Se acostó sobre mi y me dio un beso en la boca.
–Me encanta cogerte.
–Y a mi que me cojas y cuando me acabas
encima de la manera que lo haces, más todavía.
–Buenos días nené. Voy a prepararte el
desayuno.
–¿No te vas a duchar?
–Quiero oler a sexo, pero báñate tú
mientras te cocino.
Salí del baño y ya olía a arepas con
huevo, cuando me acercaba a la cocina el aroma del café invadió la sala. Lo
abracé por detrás.
–Esto se ve muy rico.
–Y falta el jugo natural y que lo
pruebes, siéntate.
Nos sentamos a desayunar pero me pidió
que me sentara delante de él para comer juntos.
Él se tenía que ir a la policía, yo a una
de las empresas para dar inglés. En la tarde nos volveríamos a ver.
Eduardo se retrasó en la policía y
decidimos encontrarnos, a mi pesar, en un local de sabana grande, un bar gay en
la calle de la puñalada –vaya nombre–Un lugar espantoso pero se la pasa bien,
nos íbamos a tomar unas cervezas para relajarnos.
Aunque no se puede entrar armado, Eduardo
cargaba la pistola y si alguien se atrevía a acercarse a mi, él solo la tocaba
y la otra persona entendía.
Estuvimos 3 horas en el local, ya eran
pasadas las 9 de la noche y le dije que ya era hora de irse. –Esta zona es
roja.
–Estás conmigo, no te va a pasar nada.
–Me dio un beso y me abrazó. Tuve un deyavú, me acordé de Jack.
Al salir a la calle, Eduardo ve a un
costado a una persona que está tirada en el piso.
–Mira, otro drogadicto que se pasó de
dosis. –Yo volteo y lo veo, un muchacho como de mi edad pero bastante delgado y
demacrado y con poco pelo, cuando me acerco para detallarlo mejor, me
sorprendo.
–Eduardo, Eduardo coño ayúdame, yo lo
conozco.
–¿Al chamo este?
–¡Si! Coño de la madre es Tomás. –Le
arranco la liga que tiene en el brazo y le saco la jeringa que le colgaba.
–Cárgalo vamos a llevarlo a una clínica.
–No chico, vamos al hospital militar, ahí
lo van a atender como en la clínica, tengo unos contactos ahí.
–Lo montamos en mi carro y Eduardo se
sentó atrás con Tomás para reanimarlo, lo veía por el retrovisor y me
enterneció la escena.
–Mi pana, Tomás despierta, todo va a
estar bien, ya te van a atender.
Mientras, yo llamaba a los papás de Tomás
para que se acercaran al hospital.
Llegamos y antes de estacionar Eduardo me
pidió que lo dejara ahí para llevarse a Tomás de una vez mientras yo
estacionaba. Lo vi entrar con mi amigo en brazos y me sonreí.
Entré, estaban en la emergencia. Eduardo
acariciaba la cabeza de Tomás que tenía ya la vía tomada y una mascarilla. –Vas
a estar bien. -Le decía Eduardo a Tomás que ya había reaccionado.
–Quédate con tu amigo que yo busco donde
comprar comida, debes tener hambre igual que yo.
–Llévate las llaves del carro por si te
toca ir más lejos. –Se las lancé.
Me acerqué a la entrada de la emergencia
para tomar agua y oigo la voz de Eduardo.
–Atiende bien a ese carajo, lo que
necesite se lo das, no escatimes, es el mejor amigo de mi pana.
–¿Tu pana o tu novio?
–Bueno, tú sabes como es.
–Ay hermanito, tú y tus cosas, tranquilo
que lo voy a atender bien, vete.
–Gracias hermano, gracias por la ayuda.
–Soy tu familia guevón como no te voy a
ayudar.
Oir eso me tranquilizó, regresé con
Tomás. Llegaban sus padres.
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