Iba en el metro rumbo al trabajo, iba mirándole el
paquete a un rubio que estaba a un par de metros, cuando de pronto el sonido
del whatsapp me hizo volver a la realidad. El mensaje era de uno de mis
compañeros de trabajo.
- ¿Un café? – decía el mensaje.
Todavía había chance antes del horario de trabajo.
-Llego en 5 minutos – contesté.
Me llegó otro mensaje -Es que necesito un rato de relax
– escribió mi compañero.
Mi mente voló. –Ya quisiera yo darle un momento de
relax a este pana-
Llegué a la cafetería y me dirigí hacia la barra, mi
compañero estaba al fondo sentado ya en una mesa. Pedí mi café y me dirigí a la
mesa.
-Buenos días – dije. -Buenas – contestó – tenía que
tomarme otro café antes de entrar a ese infierno de oficina. Al menos para
entrar relajado. -Pues el café excita – dije – o eso es lo que dicen los
médicos.
- Bueno, es una forma de hablar, me refiero
al hecho de venir aquí a la cafetería, tomarme el cafecito charlando contigo, pasar
un rato agradable.
Mi mente sucia veía dobles sentidos en todas las
palabras. Arturo, mi compañero no es un especialmente atractivo pero tiene algo
que despierta morbo. Está casado y tiene un hijo. Moreno, delgado, 1,70, 41
años, va bien vestido pero informal y conversador y con muchos menos alboroto que
los habituales heteros que me rodean.
- Además, no sólo por la oficina – continuó
hablando – es que en la noche la pasé fatal. Justo me meto en la cama y le
empiezo a meter mano a mi esposa y cuando ya la tenía a punto para cogérmela…
el niño comienza a llorar.
- Coño que cagada – le dije - ¿qué le pasaba? -Había
vomitado la cena. Debió sentarle mal. Le cambié las sábanas, lo limpié y mi
esposa lo durmió. Cuando volvimos a la cama, ni mamada, ni tirada, ni nada.
- Osea que quedaste cargado con cojonera jajajaja.
- ¿Tú has oído lo de “tiras menos que un casado”?
Pues lo certifico – dijo.
- Tú no necesitas café, tu necesitas es amor.
-¡Lo que quiero es tirar coño! – dijo y nos reímos. Se puso
la mano en el paquete y lo apretó con fuerza.
-¿Vamos subiendo a la oficina? – pregunté -Espera que
me estoy meando – dijo – voy al baño.
Se levantó y dio un par de pasos, se dio media vuelta y
preguntó:
–¿Me acompañas al baño? Sin pensarlo mucho le dije que
sí y bajamos, queda en un sótano
Bajé tras él y cuando entramos me quedé paralizado. En
lugar urinarios, había un meadero corrido. Una placa de acero por la que bajaba
agua, solo cabían ahí dos personas. No era difícil verle el guebo al tipo que
se te pusiera al lado a mear.
Arturo se desabrochó el cinturón y se bajó el cierre. Es
de los carajos que pa’ mear se bajan medio pantalón, lo cual me pone a cien.
Pero más morbo me dio ver como se sacaba el guebo y empezaba a mear contra el
acero.
- ¿No vas a orinar?-me dijo
Me saqué el guebo y comence a orinar al lado de él. Arturo
no se cortaba, miraba mi guebo y el suyo. Terminó de mear y se dio un par de
sacudidas para quitarse las últimas gotas. Noté que lo tenía grueso.
-Qué divino es sacudírselo – dijo – y se me pone dura
la verga. Vamos a llegar bien relajados al trabajo, vamos a hacernos una buena
paja.
Se acercó a mí y me agarró el paquete, yo me había
guardado el guebo, pero él volvió a bajarme el cierre, metió la mano y me lo
sacó. Por su cara parecía que aquello le encantaba, yo me dejé llevar.
Empezó a masturbarme y mi guebo no tardó en pararse.
Yo agarré el suyo e hice lo mismo. Ambos soltábamos algún gemido cada vez que
tocábamos el glande de cada uno. Arturo notó que a mi guebo le faltaba lubricación
y se escupió la mano que restregó sobre mi guebo. Si seguía dándole no podría
aguantar mucho más. Sentí que mis bolas explotaban y expulsé varios chorros de leche
que fueron a parar al acero de la pared. Cuando acabé solté el guebo de Arturo que
todavía no se había corridor. Se agarró el guebo y comenzó a masturbarse, pero
no me iba a perder ese guebo en mi boca asi que me arrodillé y le aparté sus
manos, lo agarré por la base y me lo metí. Mi lengua recorrió todo su tallo y
saboreé sus flujos. Terminé de bajarle los pantalones y el interior y le agarré
bolas peludas acariciándolas mientras mi lengua recorría de arriba abajo. Le subí
la camisa y acaricié los vellos del ombligo. Pasé mis manos hacia sus nalgas y
empecé a moverlo hacia mi, este carajo lo que necesitaba era una buena mamada y
la disfrutaba pues gemía con gusto. Él puso sus manos sobre mi cabeza y empujaba
para que me entrara todo. Arturo intentó sacar el guebo de mi boca pero no lo
dejé y toda su leche fue a parar a mi garganta. Me inundó la boca, se notaba
que llevaba tiempo sin tirar ni pajearse. Me lo tragué todo. Miré su cara y se
reflejaba satisfacción. Nos abrochamos los pantalones, nos lavamos las manos y
pusimos rumbo a la oficina no sin antes darme un beso en la boca y decirme:
–Estoy hay que repetirlo–.
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