Caminando por la calle se me
cruza un tipo, intercambiamos miradas, seguimos y ambos volteamos, me
detengo y el viene hacia mí. Nos saludamos, nos damos los nombres y nos
tomamos un café.
Me
dice para ir a su casa y tirar, yo acepto. Llegamos y vamos directo al
cuarto, él se desviste, me desviste y me pone a mamar su pene, me
agarra la cabeza para que me lo trague: “mámalo como una perra anda” me
seguía empujando la cabeza, me alza agarrándome del brazo y me tira a la
cama: “dame culo” me decía. Me volteo y se pone el condón. “Ponte
perra, vamos ponte perrita” mientras
me embestia con toda su fuerza repetía lo de ponerme perra. “Dale ponte
perrita, mueve ese culo, eres una perra” lo que me estaba poniendo era
nervioso.
El
seguía dándole duro en todas la posiciones que se le antojaban, cada empujón era
una movida de cama hasta que se arrimó a la mesita de noche y tumbó la
lámpara y como si no hubiera
pasado nada el seguía dándole duro, me agarraba por el pelo y me decía
al oído “ponte perra, eres mi perrita” y le daba más duro. Hasta que por
fin acabó y como si le hubieran clavado una espada en la espalda pegó
un grito cuando eyaculó, algo que lo hizo apretarme los hombros con tal
fuerza que me quedó doliendo la espalda, se quitó el condón y lo lanzó. Una vez terminado, llegó la calma y se
transformó en una persona tranquila, serena y sonriendo. Se despidió de mí, abrió la puerta y me fui. No lo volví a ver
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