Corría el año 2000, mes
junio y David Ramírez Serrano diseñador gráfico, gay declarado, 27 años, se encontraba soltero y sin trabajo. Recibió la
llamada de un buen amigo; –Quiero que me acompañes a un taller de
limpieza de aura que es solo para gays, la casa queda en Chuao…–
David aceptó encantado la invitación.
David aceptó encantado la invitación.
Llegaron juntos al lugar donde se realizaría el taller. Todos los que estaban convocados eran gays –así rezaba la invitación–, aunque no se descartaban a los heteros, no había ninguno sólo la mujer que dictaba el taller.
Gente
de todo tipo, entre mujeres y hombres. Eran como 20 personas, al
comienzo cada quien por su lado sin ánimos de compenetrarse sin saber
que luego cambiarían las cosas. De repente llega una pareja preguntando
si había empezado el taller. Fueron pues tenían problemas en su relación
y querían ir a consulta privada con la facilitadora. Uno de ellos no se
podía quedar pues tenía trabajo ese sábado, su nombre: Cristóbal
Fernández Villanueva.
Comenzó
el taller presentándose cada uno y diciendo el por qué fueron al taller
y otra cosa que se les ocurriera decir. Iban hablando hasta que uno de
ellos comentó algo que a David lo movió por dentro: Vicente quería
confesar a un buen amigo que estaba ahí y que fue su pareja ya hace
tiempo que era seropositivo. David, que como muchos estaban acostados
boca abajo escuchando los relatos, bajó la cabeza y comenzó a llorar en
silencio y solo, dentro de su pequeño espacio que ocupaba en el gran
salón.
Agripina,
la facilitadora se dio cuenta lo que ocurría, se acercó a David y le
preguntó que le pasaba
–Escucho a Vicente y siento que hablara yo, no porque me sienta identificado, sus palabras me llegaron– En ese momento hubo un silencio, luego todos se levantaron y Agripina dando la orden a los demás, abrazaron a David. Duró unos minutos aquel abrazo colectivo, que para él resultó eterno pero agradable. El taller continuó con varias terapias; una mejor que la otra, la última fue una guerra de almohadas.
–Escucho a Vicente y siento que hablara yo, no porque me sienta identificado, sus palabras me llegaron– En ese momento hubo un silencio, luego todos se levantaron y Agripina dando la orden a los demás, abrazaron a David. Duró unos minutos aquel abrazo colectivo, que para él resultó eterno pero agradable. El taller continuó con varias terapias; una mejor que la otra, la última fue una guerra de almohadas.
Antes
que finalizara el taller llegó Cristóbal, supo lo que había pasado pero
David y Cristóbal todavía no habían hablado, no se conocían, no se
determinaron, no se vieron.
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