Todo
fluyó normalmente, la gente se presentaba, primero los nuevos, luego
los viejos. David ahora con más confianza no tuvo reparos de contarles a
todos su historia.
Una
de las terapias consistía en acostarse, cerrar los ojos y poner la
mente en blanco, una vez despejada la mente montarte en una escalera
mecánica en subida e ir botando mentalmente bolsas de basura donde
meterías tus penas, dudas, conflictos, rencores, etc.
Poco
a poco cuando la gente iba finalizando esta terapia abría los ojos. Mientras la gente se incorporaba sentánose, observaba como uno de los asistentes ya frecuente a estos talleres, estaba
acostado pero moviendo sus brazos como si fuera una bailaora, a todos
les dio mucha gracia pero al parecer cuando el muchacho entra en trance
así se le mete un espíritu de una folklórica ibérica.
Una vez que finalizó, se despertó y como si nada, el taller siguió su camino. Finalizó con un abrazo colectivo incluída la facilitadora.
Los primeros en levantarse y abrazarse fueron David y Cristóbal.
Una vez que finalizó, se despertó y como si nada, el taller siguió su camino. Finalizó con un abrazo colectivo incluída la facilitadora.
Los primeros en levantarse y abrazarse fueron David y Cristóbal.
David
sintió que el mundo se detenía, oía música, aves, cantos y como si el
techo del lugar se abriera y cayeran estrellas sobre ambos aunque habían
20 personas más en el abrazo.
David
no tiene palabras para describir lo que pasó pero le contó a Argenis
que Cristóbal era el hombre con el que quería compartir su vida. Fugaz,
violento, ese abrazo marcó un antes y un después en la vida de David.
Empezaba
ahora la manera de repetir ese encuentro bien sea en otro taller u otra
cosa. Argenis le dio una idea: –Invita al grupo al apartamento de tu
tía en Higuerote y por supuesto lo invitas a él– Esa propuesta le
pareció estupenda a David y como ya casi todos se habían intercambiado
los números de teléfono pues la logística sería más fácil.
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