Bella vista
La idea
era vacilar. Simulo que hago flexiones y presumo que los dos o tres en
la piscina, están en la movida. Por un pasillo viene un vigilante,
negro, grande, cabeza pelada, caminar como torpe.
Hago el gesto de porsia y me pongo a contemplar el cantar y los nidos
de pájaros en un árbol. Cosa rara esa de un hombre mirando fijamente
las ramas. El vigilante se detiene –más cerca, noto que tiene como 30,
grandes labios, más bien feo. A pesar del insoportable
ruido del wokitoqui que lleva en el bolsillo trasero, le comento de los
nidos, hablamos de eso. Me del “habitat de las aves” y se va lentamente
hacia un extremo del pasillo. Quedo con afán de buscar pelea. Desde su
puesto de vigilancia se dan unos rápidos
cruces de miradas, no más. Quizás un movimiento en sus piernas pero
nada evidente. Yo, en lo mío, como quien no quiere la cosa pero
dispuesto a azusar la candela.
Está
sentado cerca de los baños, voy para allá. Quién quita. Para seña.
Insinuación más clara, le pregunto: por aquí están? Me indica el camino y
nada, permanece en su puesto.
El resto
de la corta tarde, siguieron paseos de su oficio y pasarela mía. Estoy
sumergido en la piscina, él pasa cerca, mira, hago el gesto, creo que lo
capta. Sigue, se sienta en su esquina. Uno
que otro contacto visual mientras hago pasarela, nada más.
No sé cómo
supe que a las 5 concluía su turno. Cerca de esa hora, veo que va al
baño de los huéspedes, no al del servicio que es el que le
correspondería. Qué raro! Envalentonado, le sigo. Al llegar,
unos minutos después se está secando la cara. Creo que se sorprende al
verme. Rápido contacto visual y leves sonrisas de saludo. Voy al
urinario. Se seca manos y cara en exceso. No sale, se regresa al
lavamanos desde donde me puede ver directamente y se
fija en lo que yo esperaba. Me turbo. Aparento que concluí y procedo a
vaciar el urinario. No corre agua. Mirándome, me señala algo, me dice
algo. No entiendo, la turbación no me permite. Él, desde el lavamanos,
sigue mirando sin moverse (¿esperaría una seña).
Ahora voy al lavamanos, a lavarme, y él se retira hacia atrás. Me doy
al aseo exagerado para ganar tiempo. Él, atrás, se seca y se seca las
manos y la cara. Cruzamos miradas a través del espejo y ninguno se
atreve a más. Sale. Quedo confundido, temeroso.
Salgo.
Veo que se
aleja sin voltear (no sabe que yo he salido), desaparece en su
laberinto de vigilancia. También me preparo para irme. Confundido.
Ahora, más excitado.
Este
episodio me queda grabado por días, lo rememoro. Me
masturbo reviviéndolo. Me excita la idea del riesgo, el atrevimiento, el
temor compartido, la complicidad.
Al día
siguiente, dudoso, volví a ver si lo veía y qué pasaba. No lo vi.
Quedé bien con el recuerdo, al sabor de la fantasía y el pensar en lo
que fue y no fue.
Historia cedida gentilmente. Anónimo.
Wow que morbo!
ResponderEliminarGracias! próximamente una nueva historia
EliminarSeria justiciaaaaa!!
ResponderEliminarlos seguratas!!!! hummmm
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