11 de abril, 2002. El país convulsionado, gente enardecida en
las calles. Yo junto con miles de personas más, marchábamos hacia la ruta que
los líderes de ese momento gritaban: “Vamos a Miraflores…”.
Ya en la autopista, el río de gente era impresionante, no
cabía un alma más, cada quien gritando consignas, agitando banderas, sonando
pitos y ahí estaba él, uno más entre la muchedumbre, junto a un grupo de amigos
o familiares no lo sé, pero lo ví.
Volteó de manera sorpresiva y me vió.
Nos vimos fijamente por unos instantes pero la gente seguía
avanzando y se me perdía de vista, él me buscaba con la mirada, yo de puntillas
localizándolo. Era alto, pelo castaño claro, su franela blanca algo ajustda
delataba un cuerpo trabajado en el gimnasio. Cuando volvimos a hacer contacto
visual, se dibujó una sonrisa en su cara dejando ver una dentadura blanca,
alineada, casi perfecta.
Como pudimos fuimos acercándonos, mientras que nuestro grupo
se alejaba dejándonos atrás. Coincidimos
en el centro del canal de la autopista y la primera palabra que salió de ambos
fue un “hola”. Nos detuvimos pero la masa de gente seguía avanzando arrastrando
lo que tenía a su paso y ahí seguimos, hablando, haciendo las típicas preguntas
para conocerse.
Ya habíamos avanzado un gran trecho y vía sms nos comunicábamos
con nuestro grupo para mantenernos informados. El sol amenazaba con derretirnos
sin poder llegar al destino planificado pero seguíamos avanzando, el sudor hizo
estragos en su franela y optó por quitársela. Con su mano derecha jaló la
franela del lado izquierdo, en ese momento se detuvo el aire y la gente, y él, como
en cámara lenta fue levantando la franela y descubriendo un torso bronceado y
cincelado a la perfección. Las gotas resbalaban sobre su pecho lampiño y se
detenían en el borde del jean que cargaba. Cuando la franela llegó a la cabeza todo
retomó la normalidad; los gritos de la gente volvían a ensordecer el ambiente
inundado de una fresca brisa.
Al llegar al centro de la ciudad, todos se agolpaban hacia
lo que sería el final de la marcha, Miraflores, pero se interponía un puente
donde el bando de los afectos al gobierno de turno esperaban a los marchistas. La
gente gritaba, los periodistas corrían junto a los camarógrafos para buscar la
noticia, fotógrafos capturando las imágenes dignas de una primera página y de
repente escuché: “quiero tirar contigo ahora”.
El mundo volvía a detenerse, corría por el aire polvo que se
levantaba del pavimento, los gritos se escuchaban lejos, los disparos de las
cámaras eran zumbidos y yo solo escuchaba “quiero tirar contigo, quiero tirar
contigo”. Un jalón por el brazo me sacó del trance, él me llevaba del brazo
hacia la acera izquierda. “¿Adónde vamos? Hay mucha gente”.
“Vamos aquí, métete”. Un kiosko a medio abrir había sido
saqueado, quizás minutos antes de llegar a la marcha. Entramos y como pudimos
cerramos la santamaría que estaba bastante doblada, dejamos un pequeño espacio
para que entrara la luz.
El calor dentro de esa caja de metal era insoportable pero a
la vez muy erótico. Me quité la franela y ambos estábamos bañados en sudor,
nuestros cuerpos brillaban con el poco reflejo de luz que caía sobre nosostros.
Con una mano me desabrochaba el panatalón y con la otra sacaba
un condón de su bolsillo, lo sujetó entre los dientes y me quitó el pantalón;
“quiero cogerte, me gustas que jode” se quitó los pantalones y el interior, la
poca luz no me dejaba ver su entrepierna, toqué su pecho donde corrían gotas,
me incorporé y toque su miembro, grueso y largo, el se movió y lo ví; blanco,
venoso con su prepucio retraído e igual de sudado que su cuerpo. Me lo
introduje en la boca como un helado que deseas comer para calmar la sed. Suave,
esponjoso pero rígido, lo introduje todo en mi boca hasta sentir que no cabía
más. Así estuve varios segundos mientras afuera se escuchaban gritos, disparos
y golpes al kiosko.
Apartó mi cara de su pene y se colocó el condón. “Acuéstate,
quiero penetrarte”, otro golpe fuerte se
sintió en el latón. Echó hacia atrás mis piernas, mi ano quedó expuesto hacia
su enorme pene. No hizo falta lubricación, mi excitación y el sudor se
encargaron de dilatar la entrada. Se arrimó hacia mí y comenzó a introducirlo
lentamente, continuaban los gritos “Se va, se va , se va, se va” más gritos,
insultos y disparos. Y yo siendo penetrado por un falo caliente que me abría la
carne a su paso. Lo introdujo completo y me agarró por los hombros para
terminar de entrar.
Me soltó y tomó de la pequeña vitrina dos barras de
chocolate de las pocas chucherías que quedaban, las abrió y estaban
completamente derretidas, colocó la barra en su mano y la esparció en mi pecho
y lo que sobró me lo dió en la boca. Sacó su pene, se agachó y lamió mi pecho.
Otro fuerte golpe sacudió las paredes de metal que parecía que nos iban a
voltear. Tomó más chocolate, se arrancó el condón y llenó su pene de aquella
barra derretida; “mámalo, disfrútalo” y eso hice hasta que lo deje limpio.
“Vuélveme a coger” y sin perder tiempo me embistió y ahora fue él el que
sacudió el kiosko. Me sacudía salvajemente mientras gritaba con voz fuerte, yo
gemía de placer. Nuestros cuerpos cubiertos de sudor y el calor se
incrementaba.
De repente, mientras seguía penetrándome, se incorpora
colocando su espalda derecha y en eso suena un golpe seco de metal… frente a mí
una pared de lata con un orificio que dejaba pasar un halo de luz, el cayó
tumbado sobre mí y otro orificio estaba en la pared de mi espalda. Lo primero
que pensé es que lo habían matado. Dentro de mi solo escuchaba: “quiero tirar
contigo ahora” “quiero cogerte” “quiero penetrarte” todavia su pene erecto estaba adentro, aparto
su cuerpo y su pene dejaba salir todo el semen.
Como pude levanté la santamaría, lo cargué y salí, no me
percaté que andábamos desnudos y frente a mí 5 policías. Me vieron desnudo
junto a mi amante en las mismas condiciones con el detalle que su pene aún
seguía erecto completamente. El policía más cercano a las piernas del cuerpo
dijo: “que coño hacían alla adentro?” yo solo escuchaba “quiero tirar contigo
ahora” “quiero cogerte” “quiero penetrarte”.
Mi mente estaba en otra cosa e intentaba sacar de ahí al
hombre que hace minutos me hacía suyo. “está muerto” dije mientras otro policía
comprobaba lo que decía. Me lo quitaron de los brazos y me dijeron que me
largara de ahí, recogí mi pantalón y me lo puse.
Crucé la calle corriendo, solo yo me movía, solo yo
escuchaba mi respiración y la voz de él diciendome “quiero tira contigo ahora”.
Llegué a la estación, me volteé y lo busqué con la mirada, los policás se lo
llevaban hacia una camioneta. Todo era un caos de tiros, gritos y gente cayendo
al piso como si fuera una guerra, era una guerra.
QUIERE TERMINAR LO QUE EMPEZARON JEJEJEJE
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