miércoles, 13 de febrero de 2019

VENGANZA INFINITA. Capítulo 13


Protegiendo los afectos.

Bernardo salía del trabajo luego de las seis de la tarde, iba directo a su casa pues no había dormido ahí la noche anterior, se había quedado con Oliver.

-¿Cómo están mis papás?
-Su papá bien, paso buena noche, comió pero como le dije su mamá estaba como ansiosa, sorprendentemente lo llamaba a usted y ahora sigue intranquila.
Bernardo se quitó la chaqueta y la corbata y fue a ver a su mamá. La enfermera lo acompañó.
La mujer respiraba con dificultad, al ver a Bernardo se puso nerviosa preguntando quien era, cuando la falta de aire se lo permitía.
-Cálmate mamá soy Bernardo, tu hijo.
Su madre tenía taquicardia y respiraba con dificultad.
-Señor déjeme atenderla para estabilizarla y llamar al doctor.
-No vas a llamar a nadie, yo me encargo.
-Pero señor Bernardo, yo...
-Sal de la habitación y cierra la puerta.

La enfermera se fue cerrando despacio la puerta pero se quedó pegada a la puerta para escuchar. Bernardo sentía la presencia de la muchacha en la puerta.
La abrió.
-Vete a la cocina y no estés escuchando detrás de la puerta, ¿O quieres que te bote?
-No señor disculpe.
Volvió a acercarse a la cama y se sentó al lado de su madre. Puso la mano derecha en la frente y la otra en el corazón, cerró los ojos. Una tenue luz iluminó la frente y el pecho mientras un calor se apoderaba de la mujer.

-Me quiero morir, déjame ir
-Yo te voy a cuidar mamá
-Deja que me vaya
Bernardo retiró rápidamente las manos del cuerpo, sintió que se desvanecía, estaba mareado y agotado. Su madre comenzó a llorar. Él se levantó y sosteniéndose de los muebles y la pared se fue al baño. Apoyó las manos en el lavamanos cerrando los ojos esperando que se le pasara el mareo.

Salió de la habitación y buscó a la enfermera.
-Atiende a mi mamá.
-¿Todo está bien señor?
-Perfectamente. Haz tu trabajo.
Bajó a la cocina a comer algo mientras pensaba en lo que haría en la noche.

Se sentía débil pero aun así subió a su habitación se duchó, buscó la ropa que se pondría para la noche, se colocó una franela y un bermuda.
-Voy a salir a una reunión no creo que llegue temprano pero hágame algo de cenar.
-¿Usted va a ir vestido así para una reunión?
Bernardo se miró la franela, el bermuda y los zapatos. -Sí, es en casa de unos amigos. Vaya a atender la casa.

Llegaba al centro comercial para estacionar el carro ahí, ya era casi la hora de cerrar así que decidió salir de ahí e irse a un bar gay que estaba en la calle paralela de arriba.

Entró al local con su mochila y se sentó en la barra, por la hora había poca gente. Pidió un whisky, a dos sillas de él estaba sentado un hombre de unos 40 años, alto y guapo, miraba a Bernardo y sonreía, él hizo lo mismo y levantó el vaso saludando.
El hombre se acercó a la silla y le puso una mano en el hombro mientras le extendía la mano.
-Encantado, Alberto.
-Bernardo, mucho gusto. Hay poca gente aquí.
-No es normal que haya gente un martes, pero siempre hay. Soy abogado, tengo 41 años.
-Soy asesor de mercadeo de una trasnacional, 40 años.
Siguieron charlando un buen rato hasta que Alberto se levantó para ir al baño.
-¿Te espero en el baño y nos conocemos un poco más?
-La verdad es que no, tengo pareja y estoy apurado, me termino el trago y me voy.
-Ok, espérame aquí.
Bernardo puso los codos en la barra y apoyó su cabeza en sus manos. Cerró los ojos. Seguía débil y cansado.
-Sé lo que haces, soy igual que tú pero no mato a la gente, hago el bien sin dañar a nadie.
Abrió los ojos levantándose de la silla y mirando a todos lados. Corrió al baño y no había nadie, volvió a la barra pero Alberto no estaba. Se bebió el trago de un golpe, pagó y se fue.
Estaba nervioso, saber que había alguien más con los mismos poderes lo atemorizó.

Regresó a su carro y se colocó la ropa. Un corsé negro y rojo de encaje, una minifalda de semicuero negro, unas medias panty de malla sujetadas por ligas agarradas a la cintura. Una pantaleta de encaje negro. Cerró los ojos, los pechos comenzaron a crecer, igual su cabello, desaparecía el vello. Su pene crecía un poco más, fue a voluntad.
Se vio al espejo. -Perfecto, soy Kimberly.

Salió del carro con una chaqueta, aprovechó la oscuridad para que nadie lo viera y caminó rápido hacia la avenida. Al llegar se despojó de la chaqueta botándola en una acera.
-Mijaaaaaa ya estás de vuelta, pareces una cucaracha, no mueres con nada. Te tirotearon y sigues viva.
-Tengo un ángel que me cuida.
-¿Un ángel? Un viejo que te estás chuleando y te pagó la clínica mamagueva.
Kimberly la agarró por el cuello pegándola contra la pared, la alzó unos centímetros del piso.
-Si no quieres que te saque las tripas aquí mismo es mejor que te ahorres los comentarios. -Kimberly la miró a los ojos y la chica comenzó a orinarse viendo con terror a su compañera, mientras las otras chicas observaban e intentaban que Kimberly soltara a la mujer. Se estremeció y como una onda expansiva de una explosión, las tres chicas salieron por los aires tres metros hacia atrás. Soltó a la chica que quedó tirada en el piso con la mirada perdida.
-¡Ya saben lo que les espera como se vuelvan a meter conmigo!
Se fue caminando pensando en que se le había pasado la mano.
Llegó a la esquina para esperar al cliente de Kimberly.
Una camioneta negra se acercaba a la esquina, bajó el vidrio.
-Hola preciosa, ya llegué para que me hagas lo que quieras.
El diputado Rodolfo Cabrera se sonreía con cara de morbo y ganas de tener una noche de sexo salvaje como solo Kimberly sabía hacerlo. -Quiero quedarme contigo toda la noche.
-Eso cuesta dinero.
-¿Y eso cuándo ha sido un problema? Lo importante es que se te ponga dura la verga que tienes entre las piernas.
Kimberly se montó en la camioneta.
-Quiero que me hagas lo que se te antoje, soy tuyo mi amor.
-Después que te coja no vas a volver a tener sexo más nunca en tu vida.
-Uuuf eso suena a que me vas a dar una revolcada.
-Prepárate.

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