Protegiendo los afectos.
Bernardo salía del trabajo luego de las seis de la tarde, iba directo a su casa pues no había dormido ahí la noche anterior, se había quedado con Oliver.
Bernardo salía del trabajo luego de las seis de la tarde, iba directo a su casa pues no había dormido ahí la noche anterior, se había quedado con Oliver.
-¿Cómo están mis papás?
-Su papá bien, paso buena noche, comió pero como le dije su mamá
estaba como ansiosa, sorprendentemente lo llamaba a usted y ahora sigue
intranquila.
Bernardo se quitó la chaqueta y la corbata y fue a ver a su mamá. La
enfermera lo acompañó.
La mujer respiraba con dificultad, al ver a Bernardo se puso nerviosa
preguntando quien era, cuando la falta de aire se lo permitía.
-Cálmate mamá soy Bernardo, tu hijo.
Su madre tenía taquicardia y respiraba con dificultad.
-Señor déjeme atenderla para estabilizarla y llamar al doctor.
-No vas a llamar a nadie, yo me encargo.
-Pero señor Bernardo, yo...
-Sal de la habitación y cierra la puerta.
La enfermera se fue cerrando despacio la puerta pero se quedó
pegada a la puerta para escuchar. Bernardo sentía la presencia de la muchacha
en la puerta.
La abrió.
-Vete a la cocina y no estés escuchando detrás de la puerta, ¿O quieres
que te bote?
-No señor disculpe.
Volvió a acercarse a la cama y se sentó al lado de su madre. Puso la
mano derecha en la frente y la otra en el corazón, cerró los ojos. Una tenue
luz iluminó la frente y el pecho mientras un calor se apoderaba de la mujer.
-Me quiero morir, déjame ir
-Yo te voy a cuidar mamá
-Deja que me vaya
Bernardo retiró rápidamente las manos del cuerpo, sintió que se
desvanecía, estaba mareado y agotado. Su madre comenzó a llorar. Él se levantó
y sosteniéndose de los muebles y la pared se fue al baño. Apoyó las manos en el
lavamanos cerrando los ojos esperando que se le pasara el mareo.
Salió de la habitación y buscó a la enfermera.
-Atiende a mi mamá.
-¿Todo está bien señor?
-Perfectamente. Haz tu trabajo.
Bajó a la cocina a comer algo mientras pensaba en lo que haría en la
noche.
Se sentía débil pero aun así subió a su habitación se duchó, buscó
la ropa que se pondría para la noche, se colocó una franela y un bermuda.
-Voy a salir a una reunión no creo que llegue temprano pero hágame algo
de cenar.
-¿Usted va a ir vestido así para una reunión?
Bernardo se miró la franela, el bermuda y los zapatos. -Sí, es en casa
de unos amigos. Vaya a atender la casa.
Llegaba al centro comercial para estacionar el carro ahí, ya era casi la
hora de cerrar así que decidió salir de ahí e irse a un bar gay que estaba en
la calle paralela de arriba.
Entró al local con su mochila y se sentó en la barra, por la hora había
poca gente. Pidió un whisky, a dos sillas de él estaba sentado un hombre de
unos 40 años, alto y guapo, miraba a Bernardo y sonreía, él hizo lo mismo
y levantó el vaso saludando.
El hombre se acercó a la silla y le puso una mano en el hombro mientras
le extendía la mano.
-Encantado, Alberto.
-Bernardo, mucho gusto. Hay poca gente aquí.
-No es normal que haya gente un martes, pero siempre hay. Soy abogado,
tengo 41 años.
-Soy asesor de mercadeo de una trasnacional, 40 años.
Siguieron charlando un buen rato hasta que Alberto se levantó para ir al
baño.
-¿Te espero en el baño y nos conocemos un poco más?
-La verdad es que no, tengo pareja y estoy apurado, me termino el trago
y me voy.
-Ok, espérame aquí.
Bernardo puso los codos en la barra y apoyó su cabeza en sus manos.
Cerró los ojos. Seguía débil y cansado.
-Sé lo que haces, soy igual que tú pero no mato a la gente, hago el
bien sin dañar a nadie.
Abrió los ojos levantándose de la silla y mirando a todos lados. Corrió
al baño y no había nadie, volvió a la barra pero Alberto no estaba. Se bebió el
trago de un golpe, pagó y se fue.
Estaba nervioso, saber que había alguien más con los mismos poderes lo
atemorizó.
Regresó a su carro y se colocó la ropa. Un corsé negro y rojo
de encaje, una minifalda de semicuero negro, unas medias panty de malla
sujetadas por ligas agarradas a la cintura. Una pantaleta de encaje negro.
Cerró los ojos, los pechos comenzaron a crecer, igual su cabello, desaparecía
el vello. Su pene crecía un poco más, fue a voluntad.
Se vio al espejo. -Perfecto, soy Kimberly.
Salió del carro con una chaqueta, aprovechó la oscuridad para que nadie
lo viera y caminó rápido hacia la avenida. Al llegar se despojó de la chaqueta
botándola en una acera.
-Mijaaaaaa ya estás de vuelta, pareces una cucaracha, no mueres con
nada. Te tirotearon y sigues viva.
-Tengo un ángel que me cuida.
-¿Un ángel? Un viejo que te estás chuleando y te pagó la clínica
mamagueva.
Kimberly la agarró por el cuello pegándola contra la pared, la alzó unos
centímetros del piso.
-Si no quieres que te saque las tripas aquí mismo es mejor que te
ahorres los comentarios. -Kimberly la miró a los ojos y la chica comenzó a
orinarse viendo con terror a su compañera, mientras las otras chicas observaban
e intentaban que Kimberly soltara a la mujer. Se estremeció y como una onda
expansiva de una explosión, las tres chicas salieron por los aires tres metros
hacia atrás. Soltó a la chica que quedó tirada en el piso con la mirada
perdida.
-¡Ya saben lo que les espera como se vuelvan a meter conmigo!
Se fue caminando pensando en que se le había pasado la mano.
Llegó a la esquina para esperar al cliente de Kimberly.
Una camioneta negra se acercaba a la esquina, bajó el vidrio.
-Hola preciosa, ya llegué para que me hagas lo que quieras.
El diputado Rodolfo Cabrera se sonreía con cara de morbo y ganas de
tener una noche de sexo salvaje como solo Kimberly sabía hacerlo. -Quiero
quedarme contigo toda la noche.
-Eso cuesta dinero.
-¿Y eso cuándo ha sido un problema? Lo importante es que se te ponga
dura la verga que tienes entre las piernas.
Kimberly se montó en la camioneta.
-Quiero que me hagas lo que se te antoje, soy tuyo mi amor.
-Después que te coja no vas a volver a tener sexo más nunca en tu vida.
-Uuuf eso suena a que me vas a dar una revolcada.
-Prepárate.
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