Miércoles
5:50 pm. El metro, como todos los días, es un caos y apenas a esa hora estoy
llegado a la estación Bellas Artes. Toca salir del bululú de gente e iniciar mi
recorrido hacia el principal teatro de la capital.
6:00 pm. Llegada al teatro, estoy sobre la hora y necesito estar listo para mis
ensayos. Me dirijo rápidamente al baño, el cual no es el lugar más cómodo para
cambiarse; pero es de lo poco disponible en esa etapa del recinto.
Me coloco en un espacio a un lado de los urinarios, el lugar está sólo y a
pesar de lo público, puedo cambiarme con cierta "privacidad".
Me quito la camisa, zapatos y medias -el pantalón que vestía ese día podía ser
usado para mi actividad-. Justo en ese momento, cuando estaba con mi torso al
descubierto, entra él. Era inevitable no encontrarnos las miradas. Yo estaba
solo, pendiente de que alguien entrara. Él, buscaba con la mirada a cuál
urinario dirigirse.
Comienza a orinar, lo hacía de manera lenta. Intuyo que haciendo tiempo para
seguir allí observándome, porque sí, noté cómo de reojo ya me miraba.
Yo continúo cambiándome mientras lo observaba e intercambiábamos miradas.
Termina su faena y se dirige al lavamanos, no sin antes lanzarme una última
mirada, como invitándome a seguirlo.
Se detiene frente al espejo, yo me reincorporo y me paro frente al urinario.
Realmente no tenía ganas, lo que necesitaba era sacar mi miembro de mis
pantalones. Estaba que explotaba y no podía aguantar más. Necesitaba salir.
Comienzo a fingir que orinaba; aunque lo que expulsaba era una mezcla de orine
y líquido seminal, casi como una fuente, apuntando al cielo.
Sacudo el pene, como una forma de eliminar el exceso del poco líquido que pudo
salir, pero también como una manera de decirle con gestos "mira lo que
tengo entre mis manos, ¿te gusta?".
Él continuaba observándome a través del espejo, mientras yo observaba cada uno
de sus movimientos por medio de la silueta que se reflejaba en las baldosas de
la pared.
Cuando me voy a voltear para dejar al descubierto mi pene y regalarle la mejor
perspectiva que pudiera tener, escucho que alguien se acerca.
Cada cual se acomodó de la manera más disimulada a terminar las actividades que
cada uno hacía. El tercero entra al baño sin notar nada sospechoso.
Me guardo al amigo, cierro la cremallera y me dirijo al lavamanos. Lo miro
directamente a los ojos mientras me acomodo el paquete por encima del pantalón.
Salgo del baño y me quedo afuera del mismo, acomodando el calzado que venía de
cambiarme.
Seguidamente sale él también, me mira y sigue su camino. Lo persigo con la
mirada y rápidamente noto que se dirige hacia la misma zona por donde yo
tendría mis ensayos. Observo la hora, han transcurrido 10 minutos desde que
inició el intercambio de emociones, 10 minutos donde la adrenalina y la tensión
me pusieron a mil. El morbo de saberte observado por un extraño, la adrenalina
de imaginar que algo más allá de las miradas pudiera pasar en ese baño, que
alguien más llegara y nos descubriera...
Camino hacia el salón donde ya habían iniciado los ensayos, la música de fondo
me lo confirmaba, no sin antes descubrir que en las oficinas adyacentes se
encontraba él, sentado de espaldas. Me hice notar al pasar, volteó y nuevamente
lo miré a los ojos y me agarré el paquete. Seguí de largo y entré al salón.
A pesar de que ese día no hubo contacto físico, nos comunicamos a través de las
miradas. Descubrí que esta historia que estoy contando, no terminó allí. Ese
día supe que esta historia tendría una segunda parte, pues los personajes
tendrán muchas más noches de miércoles y jueves, para encontrarse en los baños
públicos de este reconocido teatro caraqueño.
Relato cedido gentilmente por: D.R.
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