Consolidando una patología.
12 años han pasado desde que sus padres murieron y
desde esa fecha sus cuerpos están encerrados en la habitación que compartieron
mientras estuvieron casados. Carmelo no ha vuelto a entrar a esa habitación
desde entonces.
En estos 12 años han pasado por su vida parejas,
hombres y mujeres pero no duran mucho cuando se enteran de sus gustos
particulares en el sexo, aunque no les habla abiertamente de su pasión por la
gente muerta, las personas se alejan cuando les pide ciertas cosas; Tener sexo
en un ataúd, mientras lo hacen que la persona no se mueva. Tener relaciones
sexuales vestidos, etc.
Ya graduado y con las mejores calificaciones y
prácticas que haya tenido la universidad en años, lo nombraron a sus 30 años
encargado de la medicina forense en la morgue. Estaba en su terreno, en lo que
le gusta. Trabajar con cadáveres y disfrutar de ellos.
Estaba recién saliendo con una persona, pero tiene
novio, igualmente se dieron la oportunidad. Se llama Sebastián y tiene su misma
edad. En el sexo no son compatibles pues ambos son activos. Sus encuentros
sexuales se reducen a sexo oral y masturbación. A Sebastián no le hace mucha
gracia eso, pero se lo toma relajado. Carmelo se concentra en su trabajo que lo
complace más.
–¿No te cansas de ver muertos todos los días? Sé que
es tu trabajo pero no sé, debe ser agotador y traumático. -Le decía Sebastián.
–Para nada, a lo mejor no lo entiendes pero trabajar
ahí me excita, me dispara la adrenalina, siento como la sangre corre por mis
venas, eso me da vida dentro de tanta muerte alrededor.
–Vaya…que bueno que te apasiona tu trabajo así.
-Sebastián lo miraba con extrañesa.
–Para mi no es un trabajo, es mi vida.
Rara vez en la morgue Carmelo se quedaba solo, así
que las posibilidades de desatar sus más bajas pasiones eran casi nulas, así
que luego del trabajo ya tarde en la noche estacionaba su carro en la autopista
que sale de la ciudad y es una de las más peligrosas. Se quedaba dentro de
su carro con un arma esperando que ocurriera un accidente grave.
Esa anoche estaba de suerte. A las 2:35 am pasaba
una camioneta a toda velocidad, en el momento que cambia de canal un vehículo
pequeño se le atraviesa, la camioneta le da un golpe en el lateral izquierdo lo
que hace que el carro pierda el control y se voltee, se arrastre varios metros
por el asfalto y choque contra la montaña. El hombre de la camioneta frena y
retrocede, cuando las luces iluminan el carro volteado ve sangre y huye del
lugar.
Carmelo observaba el choque desde el inicio, su
corazón se aceleró, un sudor frío recorría su cuerpo. Su pene erecto pidiendo
salir de la opresión del pantalón que ya mostraba un círculo de humedad. Su
mirada estaba fija en el carro volteado esperando si había movimiento. Sonó su
celular. Era Sebastián.
–¿Qué hace llamando a esta hora? <<Aló, aló,
aló>>
No se escuchaba nada. <<Alo, aló, Sebastián,
¿qué pasó?>>
Colgó la llamada, volvió a ver hacia el carro
y se disponía a salir del suyo para acercarse.
–¿Pa donde vas bebé? ¿tas perdido?.
Un antisocial se le acercó para robarle lo que
tuviera y llevarse el carro. Lo apuntó con el arma colocando el cañón cerca de
su cara.
–Ya va, ya va, yo te doy todo, pero no me dispares.
-Como pudo se escondió el arma y salió del carro.
–No se bebé hoy tengo ganas de vé’ sangre, dame tu
cartera y toda la mierda que tengas, las llaves están pegás?
–Si, si, toma, toma.
Cuando el hombre entró al carro Carmelo sacó el arma
y sin pensar le disparó en la cabeza, lanzó el arma al asiento trasero y sacó
al malandro del carro tirándolo al piso. Estaba vivo.
Le quitó su billetera y le quitó las
pertenencias al malandro junto con el arma. Arrastró el cuerpo aún vivo,
cuando estaba en el barranco lo empujó con sus pies hasta verlo caer.
–¡Imbécil, no me vas a joder la noche, tú no!
Regresó a su carro que estaba lleno de sangre, vio
hacia el carro volteado y todavía no había gente cerca del suceso, pero no
sabía si el conductor seguiría dentro o había más gente, decidió ir.
De nuevo esa sensación por su cuerpo que le contó a
Sebastián. Regresó la erección. Miró a ambos lados de la calle, esperó que
pasara un carro que bajó la velocidad para ver el choque y siguió.
Se agachó en el carro, habían 2 personas, hombres,
se sonrió, sus manos le temblaban y comenzó a halar al piloto para sacarlo
del carro. Ya estaba muerto. Lo arrastró hasta el otro lado del carro en la
puerta del copiloto, se arrodilló y tocó el cuerpo, aún estaba caliente, cerró
los ojos y se sonrió. Una paz recorrió su cuerpo que ardía en calor.
–Vas a ser mío, vas a ser mío, por fin. –Desabrochó
el pantalón, se lo bajó a medio muslo junto con los interiores y dejó salir su
pene al que le colgaba un hilo de líquido cristalino. Su momento había llegado.
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