martes, 2 de febrero de 2016

MALAS INFLUENCIAS 4. Mi papá Humberto.


Había inhalado no se cuanta cocaína, no tuve manera de medir y no sé cual es la cantidad mínima, el caso es que inhalé y estaba eufórico, me quité la ropa y fui directo al baño, mientras Humberto se secaba me agaché a mamarle el guevo.
–Epa pero estás deseperado, calma.

No le hice caso y seguí, él dejó la toalla a un lado y puso su mano en mi cabeza, yo estaba literalmete engulléndome aquel trozo. Humberto me detuvo y me cargó, mientras íbamos a la cama me besaba.

–Tírate en la cama, que quiero cabalgar, me quiero montar encima ¿sí? Anda, quiero metérmelo todo, todo.

–Si, si ya, tranquilo, ¿qué te pasa?.

Me monté encima y sin saliva, ni lubricante me lo metí y empecé a moverme como loco, Humberto trataba de calmarme pero yo estaba en otro mundo, volteó a un lado de la cama y vio la bolsita de coca casi vacía. De repente mi respiración se aceleró y sentía una presión en el pecho, estaba agitado. Humberto me vio los ojos y las pupilas las tenía dilatadas y estaba sudando, comenzó a sangrarme la nariz. Caí en la cama desmayado.

Los que le contaré a continuación es una recreación de los hechos, me lo contaron.



Humberto se puso el boxer y llamó a sus hijos.

–LLAMEN A UNA AMBULANCIA, EL NÚMERO ESTA EN LA NEVERA PERO LLAMEN YA.

–Despierta François, despierta, despierta, no te mueras coño. –Comenzó a llorar y me cargó, bajó las escaleras conmigo y me acostó en el sofá. Ya la ambulancia venía en camino.

–¿Qué le pasa a François? ¿QUÉ LE PASA PAPÁ? –Abel se puso nervioso y comenzó a temblar al verme tumbado sin moverme y pálido.

–Calma hermanito, quédate tranquilo.

Tomás se acercó a mi a ver si respiraba, intentó reanimarme. Llegó la ambulancia. Tomás se fue en la ambulancia y padre e hijos en la camioneta rumbo a la clínica que había dicho Humberto.



Llegamos a la clínica y entré por emergencia, ya estaba despierto con la respiración agitada y los ojos vidriosos. Escuchaba lo que decía el médico de guardia:



–Apliquen diazepam o lorazepam, para aliviarle los latidos cardíacos rápidos y la hipertensión arterial, hay que detener la ansiedad. Pónganle la vía para suministrar líquidos.



–¿Se va a recuperar doctor?

–Es muy prontoo para saberlo, ¿cuánta droga consumió?

–Tenía esta bolsita, pero no sé que cantidad tenía.

–Gracias por traerla. Las complicaciones cardíacas, cerebrales, musculares y renales que pueda tener se tratarán con medicamentos adicionales, pero le haremos varios exámenes, ahora retírense de emergencia que esto está colapsado.



Abel no paraba de llorar, Caín lo tenía abrazado, Tomás estaba nervioso, las manos le temblaban y no hacía más que ver el celular, le avisó a Ernesto.

–Ya papá no llores, François va a salir de esta. –Abel se abrazó a su papá. –Que no le pase nada, por favor que no le pase nada. –Caín le pasaba la mano por la espalda a su hermano.

Un médico residente que asistía al doctor salió para informarles de mi estado.

–El joven aparte de la sustancia que consumió, está alcoholizado, eso complica un poco las cosas pero ya está estable y lo estamos monitoreando. En un par de horas pasa a una habitación.



Tomás iba caminando por el pasillo pues venía de la cafetería, se consiguió de frente con su médico infectólogo.

–Hola Tomás, ¿qué haces por aquí?

–Hola doctor, se acuerda de mi nombre.

–Me acuerdo de mis pacientes muchacho. ¿pasó algo?

–No me acordaba que su consultorio está en el anexo de esta clínica. François, mi amigo que me acompañó está hospitalizado aquí,  intoxicado con…cocaína.

–Wao…delicado, ¿cómo está?

–Al parecer estable.

–Ahora paso y averiguo la habitación, estoy pasando revista a varios pacientes.

Tomás siguió su camino y entregó los cafés que habían pedido. Había llegado Ernesto



Ernesto saludó a Humberto y a los gemelos y se puso a hablar con Tomás  preguntándole de mi.

–La otra vez fui a su casa y estaba tomando y estaba algo borracho. –Dijo Ernesto

–Si, lleva semanas en eso.

–¿Qué le pasa?

–No lo sé, anda rarísimo.

–François está pasando por una situación delicada muchachos, necesita de todo su apoyo. -Humberto les contó a grandes rasgos lo que me pasaba.



De repente una moto se escucha llegar muy fuerte fuera de la emergencia. Un hombre vestido de negro y un casco enorme entra a la emergencia, se saca el casco y se pone unos lentes oscuros, tiene una capucha.

Cuando entra ve a los gemelos a Tomás y a Ernesto y sigue de largo.



–Señorita ¿aquí ha ingresado un paciente llamado François Gota? -El único que se fijó en el hombre fue Abel que se levantó de la silla y se acercó al hombre a escasos metros.

–Si, está en el tercer cubículo pero no puede pasar, tiene que esperar. –El hombre no esperó y entró.

 Tomó la carpeta con el parte médico y se tranquilizó, volvió a poner la carpeta en su lugar y me dio un beso en la frente. Yo estaba entre despierto e inconsciente y lo que veía era borroso.

–Epa, ¿quién eres tú  y qué quieres con él? –Le dijo Abel al hombre, que sacó un arma de la parte de atrás del pantalón y lo apuntó y diciéndole que se callara con el gesto de los dedos en la boca. Abel salió de ahí más blanco que un papel.



El hombre guardó el arma y sacó del bolsillo de la chaqueta un escapulario de la virgen de Coromoto y me la puso en el cuello, me dio otro beso en la frente y desapareció.



–Papá, el hombre ese que entró vestido de negro, fue a ver a François.

–¿Qué tipo mi amor?

–El tipo que que vino con el escándalo de la moto.

–No lo vi Abel, ¿quién era?

–No lo sé pero entró donde estabá François y le dio un beso en la frente, cuando le pregunté quien era, me sacó un arma y me apuntó.

–¿Cómo es la vaina? Vamos a hablar con la seguridad de la clínica, hay que saber quien es ese tipo. Las cámaras lo deben haber registrado. -Humberto se detuvo en seco y se puso a pensar que tal vez podría ser Jack, el sicario que me está protegiendo.

–¿Qué pasó? ¿Ya no vamos?.

–Vamos luego, necesito estar aquí para saber de François.

–Señor Humberto nosotros nos quedamos, vaya.

–No, no, yo espero luego vamos.



3 horas después ya me encontraba en la habitación, estaba más calmado pero atontado, la visión estaba nítida y hablaba pausadamente. Abel no se separaba de mi, me tenía la mano agarrada mientras Caín hablaba conmigo. Humberto entraba a la habitación, había estado en administración resolviendo un asunto del pago.

–Me saliste caro carajito, que susto nos pegaste.

–Ese dinero te lo pago Humberto.

–No te estoy cobrando pendejo. No me debes nada.



Entró en la habitación el médico de Tomás, el doctor Henríquez.

–Señor, por ahí me dijeron que estaba hospitalizado, ¿cómo sigues? –El doctor fue bastante discreto y no mencionó a Tomás.

–Bien doctor, ya mejor aunque débil y mareado.

–Poco a poco se te va a quitar eso, es la resaca luego de la intoxicación por psicotrópicos.

–Disculpe doctor, ¿usted conoce  a François?

–Si, bueno a su madre, pero a él lo he visto siempre, los dejo por ahora porque me voy a casa, si sigo aquí no me voy nunca. Buenas noches.



A las 6:15 de la mañana suena la puerta de la habitación, era el doctor Henríquez.

–Buenos días, ¿cómo amaneció el paciente? –Hablaba en susurro pues Tomás estaba dormido. El doctor lo levantó y le dijo que se fuera a casa para descansar y que regresara más tarde, a los 10 minutos Tomás se fue.



El doctor le pasó el pestillo a la puerta y se acercó a mi.



–¿Cómo amaneciste? ¿bien? -Mientras me decía eso me tomaba la tensión, luego metió su mano por debajo de la sábana y tocó mi muslo y alargó la mano hasta mi guevo.

–Veo que ya estás más animado, yo creo que podemos darle alegría al cuerpo.



La carpa ya estaba montada…

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