Había inhalado no se cuanta cocaína, no tuve manera de medir y no sé cual es la cantidad mínima, el caso es que inhalé y estaba eufórico, me quité la ropa y fui directo al baño, mientras Humberto se secaba me agaché a mamarle el guevo.
–Epa pero estás deseperado, calma.
No le hice caso y seguí, él dejó la
toalla a un lado y puso su mano en mi cabeza, yo estaba literalmete
engulléndome aquel trozo. Humberto me detuvo y me cargó, mientras íbamos a la
cama me besaba.
–Tírate en la cama, que quiero cabalgar,
me quiero montar encima ¿sí? Anda, quiero metérmelo todo, todo.
–Si, si ya, tranquilo, ¿qué te pasa?.
Me monté encima y sin saliva, ni
lubricante me lo metí y empecé a moverme como loco, Humberto trataba de calmarme
pero yo estaba en otro mundo, volteó a un lado de la cama y vio la bolsita de
coca casi vacía. De repente mi respiración se aceleró y sentía una presión en
el pecho, estaba agitado. Humberto me vio los ojos y las pupilas las tenía
dilatadas y estaba sudando, comenzó a sangrarme la nariz. Caí en la cama
desmayado.
Los que le contaré a continuación es una
recreación de los hechos, me lo contaron.
Humberto se puso el boxer y llamó a sus
hijos.
–LLAMEN A UNA AMBULANCIA, EL NÚMERO ESTA
EN LA NEVERA PERO LLAMEN YA.
–Despierta François, despierta,
despierta, no te mueras coño. –Comenzó a llorar y me cargó, bajó las escaleras
conmigo y me acostó en el sofá. Ya la ambulancia venía en camino.
–¿Qué le pasa a François? ¿QUÉ LE PASA
PAPÁ? –Abel se puso nervioso y comenzó a temblar al verme tumbado sin moverme y
pálido.
–Calma hermanito, quédate tranquilo.
Tomás se acercó a mi a ver si respiraba,
intentó reanimarme. Llegó la ambulancia. Tomás se fue en la ambulancia y padre
e hijos en la camioneta rumbo a la clínica que había dicho Humberto.
Llegamos a la clínica y entré por
emergencia, ya estaba despierto con la respiración agitada y los ojos
vidriosos. Escuchaba lo que decía el médico de guardia:
–Apliquen diazepam o lorazepam, para
aliviarle los latidos cardíacos rápidos y la hipertensión arterial, hay
que detener la ansiedad. Pónganle la vía para suministrar líquidos.
–¿Se va a recuperar doctor?
–Es muy prontoo para saberlo, ¿cuánta
droga consumió?
–Tenía esta bolsita, pero no sé que
cantidad tenía.
–Gracias por traerla. Las
complicaciones cardíacas, cerebrales, musculares y renales que pueda tener se
tratarán con medicamentos adicionales, pero le haremos varios exámenes, ahora
retírense de emergencia que esto está colapsado.
Abel no paraba de llorar, Caín lo tenía
abrazado, Tomás estaba nervioso, las manos le temblaban y no hacía más que ver
el celular, le avisó a Ernesto.
–Ya papá no llores, François va a salir
de esta. –Abel se abrazó a su papá. –Que no le pase nada, por favor que no le pase
nada. –Caín le pasaba la mano por la espalda a su hermano.
Un médico residente que asistía al
doctor salió para informarles de mi estado.
–El joven aparte de la sustancia que
consumió, está alcoholizado, eso complica un poco las cosas pero ya está
estable y lo estamos monitoreando. En un par de horas pasa a una habitación.
Tomás iba caminando por el pasillo pues
venía de la cafetería, se consiguió de frente con su médico infectólogo.
–Hola Tomás, ¿qué haces por aquí?
–Hola doctor, se acuerda de mi nombre.
–Me acuerdo de mis pacientes muchacho.
¿pasó algo?
–No me acordaba que su consultorio está
en el anexo de esta clínica. François, mi amigo que me acompañó está
hospitalizado aquí, intoxicado con…cocaína.
–Wao…delicado, ¿cómo está?
–Al parecer estable.
–Ahora paso y averiguo la habitación,
estoy pasando revista a varios pacientes.
Tomás siguió su camino y entregó los
cafés que habían pedido. Había llegado Ernesto
Ernesto saludó a Humberto y a los
gemelos y se puso a hablar con Tomás
preguntándole de mi.
–La otra vez fui a su casa y estaba
tomando y estaba algo borracho. –Dijo Ernesto
–Si, lleva semanas en eso.
–¿Qué le pasa?
–No lo sé, anda rarísimo.
–François está pasando por una
situación delicada muchachos, necesita de todo su apoyo. -Humberto les contó a
grandes rasgos lo que me pasaba.
De repente una moto se escucha llegar
muy fuerte fuera de la emergencia. Un hombre vestido de negro y un casco enorme
entra a la emergencia, se saca el casco y se pone unos lentes oscuros, tiene
una capucha.
Cuando entra ve a los gemelos a Tomás y
a Ernesto y sigue de largo.
–Señorita ¿aquí ha ingresado un
paciente llamado François Gota? -El único que se fijó en el hombre fue Abel que
se levantó de la silla y se acercó al hombre a escasos metros.
–Si, está en el tercer cubículo pero no
puede pasar, tiene que esperar. –El hombre no esperó y entró.
Tomó la carpeta con el parte médico y se
tranquilizó, volvió a poner la carpeta en su lugar y me dio un beso en la
frente. Yo estaba entre despierto e inconsciente y lo que veía era borroso.
–Epa, ¿quién eres tú y qué quieres con él? –Le dijo Abel al
hombre, que sacó un arma de la parte de atrás del pantalón y lo apuntó y diciéndole
que se callara con el gesto de los dedos en la boca. Abel salió de ahí más
blanco que un papel.
El hombre guardó el arma y sacó del
bolsillo de la chaqueta un escapulario de la virgen de Coromoto y me la puso en
el cuello, me dio otro beso en la frente y desapareció.
–Papá, el hombre ese que entró vestido
de negro, fue a ver a François.
–¿Qué tipo mi amor?
–El tipo que que vino con el escándalo
de la moto.
–No lo vi Abel, ¿quién era?
–No lo sé pero entró donde estabá
François y le dio un beso en la frente, cuando le pregunté quien era, me sacó
un arma y me apuntó.
–¿Cómo es la vaina? Vamos a hablar con
la seguridad de la clínica, hay que saber quien es ese tipo. Las cámaras lo
deben haber registrado. -Humberto se detuvo en seco y se puso a pensar que tal
vez podría ser Jack, el sicario que me está protegiendo.
–¿Qué pasó? ¿Ya no vamos?.
–Vamos luego, necesito estar aquí para
saber de François.
–Señor Humberto nosotros nos quedamos,
vaya.
–No, no, yo espero luego vamos.
3 horas después ya me encontraba en la
habitación, estaba más calmado pero atontado, la visión estaba nítida y hablaba
pausadamente. Abel no se separaba de mi, me tenía la mano agarrada mientras
Caín hablaba conmigo. Humberto entraba a la habitación, había estado en
administración resolviendo un asunto del pago.
–Me saliste caro carajito, que susto
nos pegaste.
–Ese dinero te lo pago Humberto.
–No te estoy cobrando pendejo. No me
debes nada.
Entró en la habitación el médico de
Tomás, el doctor Henríquez.
–Señor, por ahí me dijeron que estaba
hospitalizado, ¿cómo sigues? –El doctor fue bastante discreto y no mencionó a
Tomás.
–Bien doctor, ya mejor aunque débil y
mareado.
–Poco a poco se te va a quitar eso, es
la resaca luego de la intoxicación por psicotrópicos.
–Disculpe doctor, ¿usted conoce a François?
–Si, bueno a su madre, pero a él lo he
visto siempre, los dejo por ahora porque me voy a casa, si sigo aquí no me voy
nunca. Buenas noches.
A las 6:15 de la mañana suena la puerta
de la habitación, era el doctor Henríquez.
–Buenos días, ¿cómo amaneció el paciente?
–Hablaba en susurro pues Tomás estaba dormido. El doctor lo levantó y le dijo que
se fuera a casa para descansar y que regresara más tarde, a los 10 minutos
Tomás se fue.
El doctor le pasó el pestillo a la
puerta y se acercó a mi.
–¿Cómo amaneciste? ¿bien? -Mientras me
decía eso me tomaba la tensión, luego metió su mano por debajo de la sábana y
tocó mi muslo y alargó la mano hasta mi guevo.
–Veo que ya estás más animado, yo creo
que podemos darle alegría al cuerpo.
La carpa ya estaba montada…
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