viernes, 2 de noviembre de 2012

SexoRama 9. MANOS A LA OBRA

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Para llegar a mi colegio tenía que pasar a juro por una obra en construcción, de vez en cuando miraba hacia adentro y contemplaba a esos hombres que trabajaban allí, todos sucios y sudados, la mayoría hombres de familia tipo normal, pero muchos eran de veintipico y solteros. Habían dos en especial que siempre me llamaban la atención, uno medio rubio, robusto, un poco más alto que yo. El segundo era moreno más bien negro, también robusto. Tenía cara recia y era totalmente calvo. Un día que regresaba de reunirme con mis amigos después del colegio, pasé por la obra justo cuando salían de trabajar los últimos obreros y vi que uno de ellos botaba un fajo de revistas viejas. Cuando me acerqué vi que eran revistas porno.
-Llévate las que quieras- me dijo el negro-. Acá las van a tirar.
Con algo de pena, las agarré y me las llevé, escondiéndolas debajo de mi colchón. Al hojearlas, para mi sorpresa, las revistas eran de temática gay. Habían cientos de fotos de hombres tirando, una mejor que otra. Imaginaba todas y cada una de las fotos conmigo como protagonista y ellos cogiéndome para terminar cubierto de leche. Después de hacerme dos o tres pajas, me dormí. Esto se repitió durante un mes, más o menos, hasta que una tarde que pasaba por la obra, ellos salían de trabajar y los seguí como quién no quiere la cosa, se dieron cuenta que los seguía y apresuré el paso para que pareciera que caminaba normalmente. Cuando los paso, oigo que el negro me dice:
- ¿Te gustaron las revistas?
se sonrió y yo fingí que no lo escuché.
-¿Qué cosa?- le pregunté.
-Que si te gustaron las revistas. Estaban buenas, ¿no?
-Si… más o menos –le dije con algo de pena-
-¡Tranquilo vale! A mí también me gustan, pero si las llevaba a casa, la cuiama me lo corta de tajo.
Íbamos caminando los tres juntos despacio. Yo temblaba de los nervios al tener a los dos machos protagonistas de mis pajas nocturnas tan cerca. Llegamos al punto del camino en que nos separábamos. Me despedí tímidamente y me fui a casa. Después de unos días, cuando la obra ya estaba casi terminada y no habían obreros, me sorprendió escuchar voces dentro de la obra. Me acerqué y corrí la madera que había de puerta, no tenía la cadena puesta. Al entrar pisé un tablón y lo levanté, haciéndo que sonara al caer. Me quedé petrificado sin saber que hacer. Al fondo se escuchan unos gritos.
-¿Quién anda ahí?- y se asoma el negro- ¿Qué haces aquí?
Se reía, mirando a su compañero que en ese momento no logré ver.
¡José, mirá quién nos visita! ¡El flaquito de las revistas!- seguía gritando-., acércate que no mordemos. Acércate a tomar unas frías con nosotros que ya nos vamos.
Me acerqué con el miedo en mi cuerpo sin saber si me harían algo. Cuando entré vi aJosé sentado en un banco, en interiores y recién salido de la ducha. Su cuerpo era tal como me lo imaginaba en las noches: marcado, viril y suave a la vez. Me senté en unas bolsas apiladas ahí, el negro se paró a mi lado bebiendo una cerveza, tenía su bulto junto a mi cabeza. Me pasó una cerveza que tomé sin decir nada.
-¡Qué calladito estás!- Yo lo miré y le dije que no tenía nada que decir.
Yo me sentía súper nervioso pero muy excitado, y se me empezaba mi erección en el short de gimnasia.
-¡Bueno, bueno!, ¿Qué pasó? ¿Te inflamaste?- Yo conozco un buen masaje para ese tipo de inflamación... –dijo el negro-
De repente ya lo tenía arrodillado entre mis piernas acariciándo mi bulto. Disfruté ese contacto de su mano firme en mi entrepierna. Ahí se me terminó de parar.
-Parece que le gusta, José, mira...se queda calladito.
Me hizo parar y me bajó el short junto con el interior y ahí me quedé, con mi guevo a centímetros de su cara.
-¿Qué edad tienes, nene?
-19 -balbuceé.
-¡Caramba! ¿En serio? ¡José tiene uno menos que tú! –Yo no podía creerlo. Ese tipo que yo había observado y que me parecía grandote tenía 18 años. Muy bien desarrollado, por cierto.
-A José le gustaste -dijo el negro-. Y a mí también, Tienes un cuerpito precioso, y un culito pa comérselo.-me decía mientras me acariciaba las nalgas y con su dedo jugaba buscando mi agujero. Yo me apoyaba en su hombro.
-Todo tuyo, José. Yo me voy a bañar- y se iba riendo.
José y yo quedamos solos. Se arrodilló frente a mí y me miró a los ojos. Me agarró la verga y la empezó a acariciar. Besó la punta de la cabeza y yo me estremecí. Se la fue metiendo muy lentamente en la boca. Iba a un ritmo lento y pausado, yo sentía que me venía en cada chupada. Lo hacía de una manera perfecta, lo enrollaba con su lengua y luego se la volvía a meter toda hasta que las bolas chocaba con su barbilla. Cuando sentí que se me aflojaban las piernas y tuve un leve temblor me agarré de sus hombros y yo quedé ahí, a punto de acabar, jadeando y gimiendo como una niña. Se incorporó, me rodeó con un brazo y me llevó a una piecita atrás de la obra. En la pieza era una zona donde acumulaban las herramientas que usaban, bolsas de arena, de cemento, etc.; en el centro había una tarima con un colchón grande y una luz amarilla en el techo. Cuando llegamos me arrodilló en el colchón, se acercó a mí y, acariciándome la cabeza, le bajé el calzoncillo, que escondía un bulto prometedor. Al poner las manos en sus caderas me corrió un escalofrío por todo el cuerpo. Descubrí sus pelos claritos y vi aquel enorme guevo, liso y recto, como tallado a mano. Lo miré y me agarró de la nuca, acercándome a su verga, hundí mi nariz para sentir ese olorcito a macho limpio, todavía no estaba completamente parado, así que lo agarré y lo pajeé. Lamí la cabeza y la parte de arriba, ahí se le terminó de parar y lo pude ver bien, erguido como un mástil. Me lo tragué todo. Me lo sacaba de la boca, se pajeaba un rato y me lo volvía a meter en la boca. Me ahogué un par de veces pero se lo volvía a mamar. De pronto llega el negro y agarró un banquito y se sentó a ver cómo yo le mamaba el guevo a José, bien de cerca.
La verga de José  comenzaba a  hincharse más, podía sentirla. En eso me agarró de la cabeza y me la metió hasta el fondo; tuve que hacer un esfuerzo para no atragantarme cuando se descargó dentro de mi boca. Copiosos chorros fueron a parar a mi garganta que tragué como pude. Estaban muy calientes y tenían un gusto raro aunque no desagradable, como salado. Por los costados de mi boca chorreaba leche, pero ahí estaba el negro para recogerla con uno de sus dedos y dármela en la boca. El negro tenía una toalla envuelta en la cinturay sus cholas-. Siéntate, Cheíto. Descansa y disfruta del espectáculo, ahora.

-Te voy a hacer entrar en calor, nene- me dijo el negro mientras dejaba la toalla a un lado, quedando desnudo. Entre sus piernas tení un vergón que en mi vida había visto, medía como mi antebrazo y era grueso, su cabezota se asomaba apenas por el prepucio, era de un color rojo morado oscuro y tenía unas bolas gigantes. Me asusté al verla y dije: -¡Qué enorme! ¡Es un monstruo!
-No te asustes que cuando entra, duele al principio, después te empieza a gustar y ya no vas a querer que te la saque.
Yo miré a José y al guevote, éste me sonreía y me miraba acariciándome el rostro y diciéndome con la mirada que estaba todo bien. Me animé y acaricié ese trozo de carne, luego la agarré. Mis manos apenas alcanzaban a rodear su circunferencia. Tenía unas gruesas venas. Aquello comenzó a despertarse. Latía y se erguía, yo miraba con terror cómo se paraba. Lo agarré con las dos manos y comencé a pajearlo con suavidad. Levanté  aquella verga y me metí una de sus bolas en la boca, chupando fuerte y despacio, después la otra. Pasé mi mano para atrás y agarré fuerte sus nalgas.
Mientras estaba sumergido entre sus bolas y sus nalgas, siento que me lamen la mano que sostenía la verga del negro y al mirar vi a José lamiendo aquel vergón. A duras penas le entraba en la boca, pero seguía tragando mientras agarraba las bolas del negro y me las daba a mi.
Le dije al negro que se acostara y nos abalanzamos sobre ese tremendo pedazo de carne. Se colocó al borde de la tarima y nosotros nos arrodillarnos sobre unas mantas. José le levantó las piernas mientras para yo poder mamarle el guevo mientras él se comía sus bolas y pasaba la lengua por el agujero de aquel negrote, que se puso a gemir cuando sintió esa lengua que le penetraba el hueco.
El negro comenzó a gemir más y a decir unas cosas que no se le entendía. En eso José le agarró la verga con y lo empezó a pajear rápido metieendose la cabeza en la boca; el negro deliraba. Yo me acerqué a José y me pasó el guevo del negro para que siguiera, su verga tembló en mi mano y boca y acabó a chorros. El primer chorro entró en mi paladar, los restantes a mis labios y nuestras caras, bañándonos a los dos. Salía y parecía que no pararía nunca. Se escurría por nuestras manos. Yo me hice a un lado y José seguía lamiendo aquel guevo hasta dejarlo limpio de semen. Pude apreciar aquel pene cuando estaba fuera de la escena: grueso, negro, gigante.
El negro se levantó y me dijo: ¡Voltéate!
Miculo quedó frente a su cara, comenzó a jugar con sus dedos y lengua. Me abría las nalgas con sus enormes manos, tanto que me dolían, pero no dije nada, solo quería disfrutar de esa brutalidad de macho que me gusta. Me lamía con fuerza, como con desesperación. Yo trataba de relajarme todo lo que podía. José se puso delante de mí y me empezó a pajearme lentamente; yo estaba en el limbo.
-Tranquilo, nene. Relájate todo lo que puedas –.
Tenía dos  dedos del negro en mi culo, lo tenía dilatado. Pero no estaba preparado para lo que vendría después. El negró se levantó y sacó un pote de crema debajo de la y me lo empezó a pasar por dentro de mi culo con dos dedos.
José se apartó de mi guevo y fue a mamar el del negro. Luego, éste se puso crema de punta a punta en su enorme guevo.
 -Ahora quiero ver como un maricón como tu se come todo este trozo por el culo.
Empecé a temblar. Me recorrió otro escalofrío. Ambos me miraban, José con la verga del negro en las manos. Entonces me acerqué. Me paré sobre el negro, que tenía su verga apuntando hacia mi entrepierna, sostenida por José. Comencé a bajar hasta quedar sentado sobre aquello, casi en cuclillas. Y comencé a bajar y presionar para que entrara. Mi culo lubricado con saliva y crema, sentí que de golpe me abría el culo y solté un gemido agudo.
“Gimes como una hembrita, me gusta, sigue así” me decía el negro mientras disfrutaba. Me quedé quieto, sosteniéndome de ellos y de mis piernas para no caer de golpe y morir ensartado.
Volví a dejarme caer y entró otro poco y sentí que me partía en dos. Me dejé caer otro poco. No se si agarré una parte resbalosa o qué pero caí de golpe y entró hasta la mitad. Grité de dolor. Me quedé quieto y José se acercó y me besó en la boca, el negró aprovechó ese descuido y me empujó hacia abajo hasta penetrarme por completo. Otra vez grité y lo único que quería era salirme pero José me sostuvo y me besaba las tetillas. Realmente me dolía. Sentía como ese enorme guevo palpitaba dentro de mí. Me quedé un rato quieto, acostumbrándome. Luego el negro me agarró de las caderas y me alzó, haciendo deslizar su guevo fuera de mí. Me detuve ahí un momento para otra vez metérmela. Comencé a notar que nosentía el culo, su verga entraba como si nada y relajé por completo. El negro abría mis nalgas y yo con mis dedos tocaba mi culo para sentirlo abierto. Me puse en cuclillas para poder ver ese taladro. Y lo ví: era como ver un tronco negro, lleno de venas y resbaloso que entraba y salía. No lo sé muy bien, pero calculé que eran 24 o 25 cms de largo, más o menos. Era perturbador.
Cuando me cansé de estar en esa posición, me senté con cuidado y lo disfruté lo más que pude. El negro me agarraba de las nalgas y me ayudaba a subir y bajar mientras José me besaba y me acariciaba. De pronto me agarró de la parte de atrás de las rodillas y me giró sobre su verga sin sacármela; eso me hizo gritar de dolor. Quedé sentado al revés. Me apoyé con los brazos en el colchón y así quedé hasta que José se acercó y me la empezó a chupar, mientras me cogía el negro. Me agarró de la cintura con las dos manos y aún sin sacármela, me puso arrodillado con el pecho apoyado en el colchón, con el culo levantado. Él se puso con una pierna arrodillada y la otra en ángulo y me empezó darme fuerte, profundo y contínuo.
José se deslizó colocándose por debajo de mí, para poner su culo en mi cara. Comencé a besar ese culo, lo mordía y lamía. El se abría las nalgas para poder mamarle mejor aquel hueco cerradito.
El negro parecía no cansarse, se detenía unos segundos para luego comenzar con meas fuerza que antes José se mete aún más debajo de mí y buscando mi verga se la colocó él mismo en su culo y se la metió sin mucha dificultad. La sensación de estar penetrado y a la vez penetrando a alguien fue demasiado para mí. No sé cuánto duré pero no fue mucho. José se lo metía solito y el negro que no me daba chance de nada, me agarraba de las caderas como si me fuera a escapar. En eso el negro me dice:
-Prepárate que te voy a llenar de leche...-
Si antes pensaba que me estaba penetrando con fuerza, solamente era una idea vaga de lo que me empezó a hacer. Se volvió. Me daba con furia. Yo comencé a llorar y a gemir, me dolía terriblemente al mismo tiempo que me gustaba. Hasta que empezó a tensarse y con un rugido aferrándose a mí de una manera que me dejó marcas, acabó como un animal; sentí que me inyectaba un enema de leche que hervía dentro mi. La podía sentir. Acabé fuerte y mucho. Jose se movía mientras me vaciaba dentro de él. Sentía que me desmayaba de dolor y placer. José se quedó quieto. El negro sacó el guevo, chorreando semen por mi culo y las piernas.
Extrañamente el negro no dijo nada, sólo me miró raro, se vistió y se fue, dejándonos tirados en la tarima.
Hacía más de dos horas que tendría que haber llegado a mi casa, pero valió la pena el peo que me formaron.

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