Adriano y Américo.
Alonso llegó de nuevo al apartamento.
Amado como pudo le abrió.
–Busca tu cartera y vámonos ya a la
clínica. Verga te lo dije, te lo dije que sacaras a ese tipo.
–No me regañes y llévame a la clínica.
Alonso lo llevó.
Luego
de una hora que ya lo habían atendido esperando operación, Alonso volvió
a hablar con Amado.
–Mira Amado, cuando salgas de aquí,
olvídate de ese tipo. Es un asesino.
–Y no se llama Américo o por lo menos
tiene doble identidad, vi su cédula y dice Remigio.–¿Qué más necesitas para entenderlo?
–Y el tipo es muy agradable y en el sexo me gusta.
–Definitvamente tu tienes 65 años porque lo dice en tu cédula, pero pareces un venteañero hablando estupideces. Yo me voy, hablamos mañana.
Adriano llegó al apartamento de Américo y
comenzó a tocar el timbre y la puerta a la vez.
–Abre, abre, abre sé que estás ahí abre.
Américo abrió la puerta.
–¿Qué quieres Adriano?
–¿Cómo qué quiero? Que me expliques porque que me dejaste, terminaste conmigo.
–Ya te expliqué. –Adriano entró al
apartamento, estaba casi vacío, muy pocos muebles y sin adornos se veían en la
sala.–¿Qué quieres Adriano?
–¿Cómo qué quiero? Que me expliques porque que me dejaste, terminaste conmigo.
–¿Te piensas mudar?
–No es tu problema.
–Sí es mi problema, porque he pasado muchas vainas contigo, tenemos un año juntos , me has hecho de todo, mataste a mi mamá y a mi psicóloga, te perdoné, volví contigo y ahora quieres echarme a un lado QUE BOLAS TIENES TÚ.
–Ya no te amo, amo a otra persona que me entiende y comprende.
–¿Quién? ¿Tu Psiquiatra?. Es el único que puede entenderte.
Américo le dio una cachetada con el
dorsal de la mano y Adriano le respondió con un beso.
–Vete de mi casa Adriano, estoy ocupado.
–¿Por qué? Estás con él aquí? Salió
corriendo al cuarto a verificar y no vio a nadie. Tampoco había nada, solo la
cama hecha y lo demás recogido en cajas, una de las cajas estaba abierta y observó lo que había adentro.
–ADRIANO SAL DE AHÍ Y VEN A LA SALA
Adriano salió del cuarto.
–Tú no me puedes dejar así como así.
–Adriano, asúmelo, ya no te quiero, estoy
con otra persona.–A Adriano comenzaron a salirle las lágrimas solas.
–No me puedes dejar coño, no me puedes dejar.
–Vete Adriano, vete de mi casa y no me llames más.
Adriano dio tres pasos hacia atrás –No,
tú no vas a estar con más nadie –Llevó su mano derecha a su espalda y sacó del
pantalón el arma.
–Cuidado, cuidado, y se te escapa una
bala, ¿de dónde agarraste mi arma?
–Debiste dispararme todas las veces que
me apuntaste y no lo hiciste, pero no creas que hoy será igual.–Baja el arma, tú no sabes manejar eso, vamos a hablar.
–No, yo no quiero hablar, yo lo que quiero es matarte para que no estés con más nadie.
–Tú no tienes el coraje de disparar, dame el arma
Uno, dos, tres, cuatro, cinco disparos
salieron de la pistola mientras Adriano cerraba sus ojos. Américo cayó al suelo
y Adriano se le quedó viendo mientras veía como aún se movía con el pecho lleno
de sangre. Abrió la puerta y se fue llevando consigo el arma.
Ya en la calle comenzó a caminar sin
rumbo y con la mirada hacia ningún lado, la gente le pasaba por los lados sin
percatarse de él y que tenía un arma en sus manos.
Américo comenzó a arrastrarse por el piso
intentando llegar al teléfono, de los cinco disparos sólo dos lo alcanzaron, pero
se estaba desangrando. Llegó al teléfono y marcó el 911 pidiendo una ambulancia
Al
avisar que había recibido unos disparos, junto con la ambulancia llegó la
policía. Los trasladaron a la clínica que pidió.
Entró a terapia intensiva pero antes de
entubarlo le dijo a la policía quien le había disparado y que el arma era de su
propiedad. Había perdido mucha sangre y le indujeron el coma para
estabilizarlo.
Adriano entró al metro, ni la gente ni
lás cámaras de seguridad detectaron que tenía en sus manos un arma y así llegó
hasta el andén, había bastante gente pero no abarrotado.
Se colocó más adelante de las demás personas
sin cruzar la raya amarilla. Un señor que estaba relativamente cerca de él lo
observaba, le vio el arma y se asustó, el tren ya venía por el túnel. Adriano
dejó caer el arma, la voz de los parlantes ahogó el ruido del arma al caer a
los rieles, el muchacho se movió un pocó más hacia delante y el tren ya iba a
entrar a la estación, otro movimiento más y el señor se le acercó y lo haló.
–¡Ey muchacho! ¿Qué pensabas hacer?
–Suélteme –El tren iba perdiendo
velocidad y el señor arrimó a Adriano al centro del andén.
–¿Estás bien? –el joven levantó la mirada
para ver al señor.
–¿ADRIANO?.
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