Podía
sentir el olor a canela, mientras mi mirada se perdía entre las llamas de las
velas. Era una noche fría, donde el viento se hacía sentir y golpeaba con fuerza
las ventanas del apartamento. No tardaron en caer gotas del cielo y en cuestión
de segundos, el pueblo estaba sumergido entre la lluvia. Acaricié a mi pequeño
gato quien estaba sentado a mi lado, cerré los ojos y me recosté en el sofá,
entonces, cerca de quedarme dormido, mi vecino entró al apartamento. Ninguno de
los dos dijo nada, pero él caminó decidido hacia mí.
De pronto sentí sus manos grandes
acariciando mis piernas, subiendo hasta mi cintura para detenerse en mi pecho.
Su lengua comenzó a girar alrededor de mis pezones, mientras su barba raspaba
mi costado. Sus grandes dedos jugaban con mis vellos, y su boca, terminó en mi
cuello. Mis manos ansiosas por querer acariciarlo comenzaron a desabotonar su
camisa. Mi lengua se hacía agua sólo de imaginar el sabor de su piel, en mi
estómago renacieron un grupo de mariposas mutantes, y mis piernas, no dejaban
de temblar.
Sostuvo mi rostro entre sus manos, me miró
directamente a los ojos y sonrió de medio lado, acercó su boca a mi oído y
entre un hilo de susurro, me dijo que estuviera tranquilo, que había deseado
ese momento tanto como yo. Al oír eso, mi piel se erizó, y cierta calentura
recorrió mis venas. Los latidos de mi corazón se pronunciaban firmes, fuertes y
consistentes, haciendo fluir mi sangre a toda velocidad. Metió su mano en mi
rapa interior y sintió la presión de mi erección, masajeó mis testículos,
agarró mi glande y lo cubrió con la punta de sus dedos de mi líquido pre
seminal. Sacó sus manos, y me otorgó el honor de bajar su pantalón, para darme
la sorpresa de un pene de diecinueve centímetros, marcado a la perfección. Bajé
por su pecho velludo y me puse de rodillas. Abrí mi boca lo más que pude y la
metí a toda profundidad. Sus gemidos me llevaban al éxtasis, y ya hasta se
podía ver mi pene lubricando y goteando hacia el piso como una telaraña. Mi lengua recorría sus testículos, que eran
como grandes duraznos, subí por el borde de su pene y terminé en torno a su
glande, apenas entré mordiendo su prepucio. Me agarró por los brazos y me
acostó en el sofá, terminó de quitar mi pijama y sentándose en el suelo, abrió
mis piernas y comenzó a darme sexo oral. La profundidad de su garganta hacía
desaparecer mi pene y sólo dejaba a la vista mi vello púbico pegado a sus
labios. Lo sacaba una y otra vez, en momentos con mucha fuerza, tanto así que
tuve que detenerlo, porque estuve cerca de eyacular. Subió hasta mi rostro y
comenzó a besarme, su lengua iba al paso de la mía, y nuestra saliva se hizo
una. Me dio la vuelta y mientras deslizaba su lengua por mi espalda, me iba
arañando con su barba. Finalmente llegó a mis nalgas, las separó e introdujo su
lengua en mi ano. Lamía una y otra vez, bajaba desde mi ano, a mis testículos,
y seguidamente a mi pene. Era realmente fantástico. Me giró con fuerza, me
colocó boca arriba, y abriendo sus piernas sobre las mías, empezó a meter mi
pene en su hoyo, luego de haberlo llenado con suficiente saliva. Una vez que
estuve dentro de él, pude sentirlo caliente. Mientras lo penetraba, agarraba
sus glúteos completamente velludos, y así estuvimos un buen rato. El sudor de
su frente, comenzaba a caer sobre mi pecho peludo y sus besos, estaban cada vez
más mojados. Terminó colocándose de pie y poniendo su pene frente a mi rostro,
comenzó a masturbarse al igual que yo lo hacía, mi boca se abrió para que mi
lengua mojara la punta de glande, y entre sudor, una respiración acelerada y
gemidos voraces, ambos nos corrimos al mismo tiempo. Yo sobre mi pecho y él
sobre mi boca.
Relato cedido gentilmente por un amigo.
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