En
medio de las presas y la lluvia llegamos al motel, era relativamente
temprano por lo que no fue difícil encontrar una habitación. Pablo
cerró la cortina del garaje e ingresó a la habitación, yo lo seguí y
cuando entré, sin mediar palabra
él me agarró del brazo, se recostó sobre la pared y me abrazó
fuertemente besándome con pasión, estaba desenfrenado, sus besos me
inundaban de placer, me abrazaba fuertemente, apretaba mi espalda,
posaba sus manos sobre mis nalgas y me restregaba su paquete
contra el mío. Era irreconocible y ardiente.
Aprovechando
esa pasión, rápidamente quité su camisa admirando su hermoso pecho
velludo, ese vello negro y abundante, suave al tacto y varonil, quité mi
camisa y sentí esa delicia velluda contra mi pecho desnudo, me
excitaba, me volvía
loco, mientras él besaba mi boca, su lengua poseía la mía en un juego
erótico y extasiante y su pecho se fundía con el mío.
Levanté
los brazos de Pablo y empecé a pasar mi lengua apasionadamente por sus
axilas, ese olor a hombre, varonil, sin ningún tipo de perfume, ese olor
fuerte de su piel y delicioso me tenía fascinado, estaba sumido en un
mundo de fantasía
y placer, mientras él, en respuesta a ese placer, pasaba su lengua por
mis orejas y mi cuello haciendo que mi excitación fuera aún mayor.
Respondí
metiendo mi lengua en su oído lo que lo excitó aún más, besando su
lóbulo y su cuello. Empecé a bajar chupando su pecho y sus tetillas
erectas, desafiantes, deliciosas, mientras mis manos juguetonas
acariciaban ese paquete caliente
y a punto de explotar.
Ante
tal excitación, empecé a soltar su pantalón. Bajé con mis labios a su
abdomen y con mi lengua húmeda acaricié sus deliciosos vellos mientras
Pablo gemía y se movía descubriendo su pene totalmente erecto a través
de su bóxer ajustado,
lo coloqué de medio lado y sobre su ropa interior empecé a chupar su
deliciosa cabeza dejando mojado su bóxer, lo que me permitía ver esa
delicia de pieza de carne que ya lubricaba y pedía guerra. En esa
posición saqué sus deliciosas y peludas bolas de su
ropa interior y empecé a chuparlas con delicadeza y maestría lo que
hizo que mi amigo lubricara aún más. Pasé mi lengua en los pliegues de
la pierna y olía aquel olor a hombre, a macho, viril, masculino, deseoso
de placer, mismo que me encendía.
Súbitamente
Pablo me hizo levantarme y me indicó que fuéramos a la ducha a que lo
bañara. Ya desnudos y bajo el agua, tomé el jabón, me puse de rodillas
frente a él y empecé a enjabonar aquellas piernas musculosas y peludas,
desde los
pies hasta sus bolas. Luego me puse de pie, cerré la llave del agua,
lo enjaboné totalmente y empecé a besarlo mientras nuestros cuerpos se
frotaban y resbalaban el uno contra el otro, jabonosos, húmedos,
deseosos, sumidos en un mar de besos ardientes y con
movimientos desenfrenados, situación que se prolongó por unos diez
minutos.
No
quería llegar al orgasmo así, por lo que nuevamente abrí la ducha, nos
quitamos el jabón y nos fuimos a la cama, totalmente excitados y
besándonos mientras llegamos al lecho, le dije que esa noche le
brindaría un nuevo placer. Lo coloqué
de cuatro patitas y dejé su delicioso culo frente a mi. Ya tenía sobre
la mesa de noche un pote abierto con lubricante y algunos
preservativos, para preparar alguna rica penetración.
Cuando
tuve el culo de Pablo frente a mi, empecé a besar sus nalgas mientras
le daba tiernos y suaves mordisquitos, esto lo erizaba, por lo que
empecé a pasar mi lengua húmeda alrededor de su ano sin llegar al
centro, besando y chupando
los bordes de sus nalgas que se acercaban a su comisura. Su cabeza se
hundía en la almohada y respiraba agitadamente mientras decía “qué me
haces? Qué es esta delicia?”
De
pronto pasé mi lengua por el centro de su ano lo que lo hizo brincar y
cerrarlo apretadamente, ante lo cual, seguí jugando en sus alrededores,
acariciando sus nalgas, y de repente, empecé a chupar suavemente el
centro de su ano, introduciendo
mi lengua en él, lo que hizo que Pablo se revolcara de placer,
situación que prolongué por algunos minutos mientras acariciaba
suavemente su pene.
Acto seguido me acosté boca arriba en
la cama y le pedí que se pusiera en posición contraria, con su cara
frente a mi pene y su delicioso y caliente ano frente a la mía.
Levanté
mi cabeza y empecé nuevamente a chupar su ano, sus bordes, darle
mordisquitos suaves y tiernos en sus alrededores, sus bolas deliciosas
se me ofrecían por lo que mi lengua inquieta pasaba desde sus deliciosos
huevos por la costura
previa al ano, donde la deslizaba de arriba hacia abajo mientras él,
sin pensarlo, de una forma furiosa metió mi verga caliente en su boca y
torpemente empezó a mamarla.
En
ese momento le pedí que abriera un poco más su boca y que sus labios
cubrieran sus dientes, pues como nunca lo había hecho, sus dientes
herían mi ardiente pene. Empezó a mamarme un poco mejor, con su mano
agarraba mi pene hasta que
a los minutos su técnica mejoró y llegó a introducir todo mi pene en su
boca, sentí con la punta de mi verga la tibieza de su garganta lo que
me provocó gran placer y a él una gran salivación que dejó bajar por
todo mi pene, aspecto que me excitó aún más.
Loco de placer me enfoqué en su ano,
lo chupé, lo mamé, lo besé, metí mi lengua en él y aquello se convirtió
en una locura intensa para ambos, un placer oral que casi nos lleva al
orgasmo.
Lo
separé de mí y nos acostamos de medio lado, uno frente al otro, metí su
dedo índice en el pote de lubricante y le pedí que explorara mi ano,
guié su dedo hasta mi ansioso tesoro y le pedí que lo lubricara, que
jugara en su borde, que
lo sintiera, mientras lo besaba y mi pierna libre se posaba sobre su
cadera para poder brindar mayor movilidad de su mano.
Él
se excitó muchísimo al sentir cómo su dedo me complacía tanto y
suavemente empezó a introducirlo en mi ano, su dedo algo grueso, al
principio me perturbó un poco y al notarlo lo sacó, se lubricó más y
volvió a intentarlo en medio de
apasionados besos, hasta que poco a poco logró introducir todo su dedo
en mi ano y empezó a meterlo y sacarlo, una y otra vez, suavemente, a
veces más duramente, lo que me tenía al borde de la locura.
Lo acosté boca arriba y con su líquido
seminal mojé su pene, coloqué un condón en el mismo y lubriqué con
crema, luego me acuclillé frente a él, con mi pecho sobre el suyo y
coloqué mi ano deseoso frente a su retadora y deliciosa verga.
Él inmediatamente sintió el reto y empezó a hundir la punta de su pene
en mi ardiente culo que lo deseaba, sentía la necesidad de ser
penetrado, de recibir dentro de él esa delicia de carne que ardiente
deseaba placer, tanto como yo.
Tiré mi cuerpo hacia atrás hasta
sentir sus bolas pegadas a mis nalgas, ya estaba dentro de mí, yo era
suyo y él mío, al fin éramos el uno del otro. Se quedó quieto un corto
tiempo, saboreando esa nueva experiencia mientras me besaba,
luego empezó a moverse suave, tierno, yo podía sentir como ese pene que
ya era enorme, me poseía, me penetraba, se adueñaba de mis entrañas,
perforaba mi ser y me llenaba de gozo y placer.
Con
mis rodillas rodeé sus caderas, lo abracé y con su pene dentro de mí
lo hice dar vuelta para que quedara sobre mí, coloqué mis rodillas
pegadas a sus hombros lo que dejó mi ano todo para él, esto lo
enloqueció y empezó a jinetearme
con fuerza, despesperadamente, me la quería meter toda, jugaba con
movimientos circulares dentro de mi, metía y sacaba su pene desde la
punta hasta su raíz, sacaba y metía, una y otra vez, a veces la mitad,
otras veces toda, la empujaba hasta que sus pelos
públicos se pegaran a mi ano, mientras su abdomen, ya lubricado con mi
líquido seminal, masturbaba majestuosamente mi pene, lo que me hacía
sentir maravillosamente, esa penetración y esa masturbación al mismo
tiempo, aunado a sus deliciosos besos y su lengua
lamiendo mis labios, mi cara, mi cuello, sus gemidos, su pene
engrandencido y caliente, sus embates majestuosos, sus gemidos, su
aliento frente a mi boca, sus ojos casi desorbitados y su cara de deseo
me llenaban por completo, era un éxtasis, era un placer
indescriptible, yo era suyo y él mío, nada importaba, nada tenía
sentido, no existía nada más, solo nuestros cuerpos ardientes,
retorciéndose, en la búsqueda de placer infinito, él me poseía y yo
sentía cada centímetro de su deliciosa verga entrando y saliendo
de mi cuerpo, haciéndome suyo, hundiéndola toda con frenético deseo,
jadeante, fuerte, hombre delicioso convirtiéndome en su hembra deseada,
de repente empecé a sentir como convulsionaba, jadeaba, sudaba,
empujando hasta su pelvis al borde de mi culito complaciente
y ardiente por lo que con mis manos halé sus nalgas para que no quedara
nada afuera y sin poder evitarlo, entre gemidos y exhalaciones, nos
regamos los dos, abrazados fuertemente, botando leche mientras nuestros
cuerpos se estemecían y convulsionaban, fundidos
en uno solo, jadeantes y victoriosos.
Él
se quedó sobre mi unos minutos, besándome tiernamente en los ojos y la
boca y poco a poco salió de mi cuerpo, sonrió viendo sus vellos
frontales bañados en mi leche, tocó la leche, volvió a sonreír y se
recostó a mi lado.
Encendimos
un cigarrillo y fumamos con una de nuestras manos entrelazadas, de
pronto me volvió a ver con ojos brillantes y profundos, me besó con
suavidad y me dijo: “Gracias, ha sido inolvidable.”
Mientras
nos vestíamos, ya superada su timidez, de vez en cuando me daba una
suave nalgada o un tierno beso. Salimos del motel y me preguntó mi
dirección, insistió en irme a dejar a mi casa pues no quería que a “su
chico, a su amante”
le sucediera nada y condujo todo el camino con su mano derecha
entrelazada a mi mano izquierda, la que de vez en cuando besaba con
ternura. Esa actitud me tenía sorprendido, pues nunca creí que un
hombre de apariencia casí rústica, pudiera ser tan cariñoso
y sensible, situación devenida de un excitante y delicioso rato de
intenso placer.
Me
dejó a la entrada de mi casa y aprovechando la oscuridad me tomó por el
cuello y me besó suavmente metiendo su lengua en mi boca y provocándome
una tibio y hermosa sensación.
Me
dijo que no se ducharía al llegar a su casa pues quería dormir conmigo
esa noche, a la distancia, que esa noche había sido la mejor experiencia
sexual de su vida, a lo que respondí: “tendrás mejores conmigo, eso te
lo aseguro”.
Descendí
del vehículo, entré a mi casa y me recosté sobre mi cama, desnudo,
acariciando mi cuerpo pensando en él. No había pasado media hora cuando
me llamó telefónicamente para decirme que estaba desnudo sobre su cama,
tocándose y pensando
en mi, la conversación se calentó tanto que terminamos masturbándonos y
disfrutando de un delicioso sexo telefónico, y así, regado por segunda
vez, me dormí plácidamente.
Armando, Costa Rica.
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