jueves, 19 de abril de 2018

INQUEBRANTABLE. Temporada Final. Capítulo 4


La casa estaba en penumbras. El personal que trabaja en la casa no estaba, le habían dado una semana de permiso. Victor, con la rapidez y eficiencia que le caracteriza por como se envuelve en su trabajo y en su gremio, resolvió el entierro de Ana en la más absoluta clandestinidad.



Victor estaba sentado en el sofá con una copa de vino tinto apenas se veía su silueta. Teodoro llegaba a la casa, abrió el portón, se estacionó y con sus llaves que conservaba abrió la enorme puerta de la casa.

Vio todo oscuro, pero no encendió la luz.

–¡Padrinooooo! -Gritó mirando a todos lados

–Aquí estoy Teo. -Encendió la lámpara que tenía al lado y bebió todo el vino que había en la copa. Se levantó.



–¿Por qué estás a oscuras?

Victor se le acercó y le lanzó un golpe, luego otro y otro hasta que el chico cayó al suelo y siguió golpeándolo.



Teodoro sangraba pero no decía nada ni se defendía, dejó que su padrino descargara toda su ira sobre él. Cuando Victor se dio cuenta de la sangre se detuvo, sus ojos abiertos, con la rabia reflejada en su rostro veía a a su ahijado que también lo miraba.



–¿Ya? ¿Te sientes mejor?

Victor comenzó a llorar desconsoladamente y solo de su boca salían porqués. El llanto fue creciendo, gritaba, se acostó sobre Teodoro, unos minutos después se levantó y el chico se incorporó, de su nariz caía un hilo de sangre, un pómulo lo tenía golpeado con un raspón, no se quejaba.



–¿Tú crees que Ricardo era el hombre que te convenía?

–Tú no entiendes nada carajito, no entiendes nada.

–Entiendo que Ricardo no te convenía, por el amor que le tienes haz hecho cosas terribles. ¿él te ha retribuído esa lealtad? No, solo con dinero. Ellos, tanto Rebeca como Ricardo no merecían vivir, eran basura para este mundo.

–¿Y tú? ¿Tú que eres? No eres distinto a ellos.

–Ellos me hicieron lo que ahora soy.

–No, tú eres así porque decidiste serlo, pudiste tomar el mejor camino, pero te llenaste de odio.

–Yo soy irrecuperable padrino, voy a tener el mismo desenlace que ellos. Pero tú puedes salvarte todavía, eres bueno, tienes a un carajo que te ama, pueden hacer una nueva vida.

–No tienes derecho a hacer lo que hiciste.

–La vida me dio el derecho de hacerlo y no me arrepiento, lo volvería a hacer una y mil veces.

Teodoro buscó en el bolsillo del pantalón y se metió cocaína mientras hablaba con su padrino.



–Ricardo quería sacarme del testamento y me dio arrechera. Pero igual ese dinero no lo quiero, será para ti padrino, eso lo tengo arreglado.

Victor volteó la mirada, sentado en el piso recogió las piernas y las abrazó llevándolas a su pecho y comenzó a llorar de nuevo. Nada le podía quitar el dolor que sentía.



–Te diría para tener sexo ahora pero no creo que quieras, además marico me diste duro en la cara.

Victor levantó la mirada y agarró por el cuello a Teodoro que esta vez se defendío y se soltó de su padrino.

–Nos vas a ser tú quién me mate. Yo me voy a entregar a la policía, me voy a cambiar para ir presentable a la comisaría, pero no me voy a lavar, iré así para que vean el odio que me tienes.



–¡Vete de esta casa y espero que no vuelvas!

–Tranquilo padrino, hoy será la última vez que piso esta casa y que me verás, eso lo tengo claro. Busca a Lucas y quédate con él. Te quitará ese dolor que ahora sientes por alguien que no merece ni una de tus lágrimas. Voy a subir a ver que me pongo.



Mientras Teodoro subía las escaleras para ir  a su antiguo cuarto, Victor se tumbó boca arriba en el piso viendo al techo mientras las lágrimas le corrían a los costados.



El muchacho abrió el clóset buscando algo que le sirviera, la ropa que tenía ahí era de hace dos años. Con total tranquildad iba revisando los trajes y las camisas, de vez en cuando se limpiaba la mano en su franela cuando se limpiaba la nariz llena de sangre hasta que la hemorragia se detuvo.



Sacó un traje negro, una camisa blanca de rayas azules celeste delgadas y una corbata vinotinto. Buscó unos zapatos negros brillantes. Se peinó y se vistió.



Bajó las escaleras, su cara manchada de sangre e inflamada por los golpes contrastaba con lo elegante de su ropa.

–Padrino, ya estoy listo para ir a la policía. ¿Qué tal me veo?

Victor no respondió, su mirada estaba fija en un punto del techo.



Teodoro se agachó hasta donde estaba su padrino, se puso de cuclillas y le dio un beso en la boca, un beso que Victor no respondió.

–Me voy, me despido con un hasta luego porque sé que nos veremos pronto en otro plano. –Se levantó y se fue hacia la puerta.



Victor se levantó del piso se limpió la cara y fue al baño. Se lavó, orinó y buscó su celular para llamara a Lucas.



–<Hola chamín>

–<Hola, estoy en la oficina, ¿vas  a venir?>

–<No, ven a mi casa, quiero verte, te necesito ahora>

–<¿Pasa algo? ¿estás bien?

–<Pasa de todo, te explico cuando llegues>

–<Tomo un taxi y voy para allá>

–<Vente con el chofer, yo le aviso ahora mismo>.





Teodoro estacionaba el carro en la calle, poco le importó dejarlo mal parado, apagó el carro, volvió a meterse otro poco de cocaína y se bajó. Se colocó el arma detrás y la tapó con el saco.



La gente lo miraba extraño, un muchacho en traje a esa hora entrando a la comisaría, era raro.



–Buenos días.

–Buenos días joven, ¿qué se le ofrece?

Miró a la mujer policía y luego mirando al frente, habló en voz alta.

–BUENOS DÍAS, SOY TEODORO SUCRE, EL HIJO DEL DIFUNTO GOBERNADOR RICARDO SUCRE. –Sacó el arma y los cinco policías más la policía que estaba en la entrada echaron hacia atrás desenfundando sus armas de reglamento.



–¡Baje el arma ciudadano!

–Este es el asesino de su padre. –Le susurró al policía que le dio la orden al chico.



–Joven, baje el arma.

–Vengo a entegarme agente, me declaro culpable de asesinato, maté a mi padre y mi madrastra.

–Le tomaremos su declaración pero baje el arma, no queremos que ocurra una tragedia.



Teodoro llevó el arma hacia adelante y la accionó impactando la bala en el policía que mantenía la conversación.

Una lluvia de disparos contra el muchacho hicieron que cayera al piso.



Tumbado con la camisa blanca ahora teñida de rojo, aún estaba vivo, cuatro balas impactaron en su cuerpo, Dos policías se acercaron mientras el resto atendía al funcionario que recibió el disparo del chico, que, gracias  al chaleco, solo fue un fuerte golpe en el pecho.

–¿Estás bien? –Le pregunta un policía a Teodoro que lo ve a los ojos y sonríe.

–Estaré bien cuando muera, pero no me dejes morir así, es muy triste…y muy fácil morir así después de haber matado a tanta gente ¿no crees? Tengo que sufrir un poco.

–LLAMEN A UNA AMBULANCIA ESTE CHICO SE ESTÁ DESANGRANDO!

–No exageres, estoy bien son solo cuatro balas, todas salieron de mi cuerpo.

–¿Qué edad tienes?

–18 añitos, soy un bebé. Quiero levantarme.

–No, no, no, quédate quieto, estás herido, puedes tener la columna malograda.

–Me voy a parar de todas maneras.



A pesar que no lo dejaban él se puso de pie, aunque mareado, lentamente lo hizo, cerró los ojos, sentía dolor. Se tuvo que sentar pues estaba perdiendo sangre. Taparon los orificios para detener la hemorragia. Llegó la ambulancia.



Teodoro iba en la unidad con dos policías.

–Avísenle a mi padrino que estoy  herido, por favor, en mi bolsillo está mi celular.



El policía metió la mano en el bolsillo y sintió algo duro, no era el celular.

–Estoy… guardando sangre en mi guevo… para no perderla, lo tengo parado. –El policía se puso nervioso y sacó el celular.



Llegaron a la clínica que le había dicho el muchacho, ya habían dos unidades de policía para custodiar el área. Lo ingresaron por emergencia. Lo recibieron y de una vez lo enviaron a quirófano.



Este muchacho está drogado.

–¡Sálvelo, es lo que nos importa. –Dijo uno de los policías.

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