La casa estaba en penumbras. El personal
que trabaja en la casa no estaba, le habían dado una semana de permiso. Victor,
con la rapidez y eficiencia que le caracteriza por como se envuelve en su
trabajo y en su gremio, resolvió el entierro de Ana en la más absoluta
clandestinidad.
Victor estaba sentado en el sofá con una
copa de vino tinto apenas se veía su silueta. Teodoro llegaba a la casa, abrió
el portón, se estacionó y con sus llaves que conservaba abrió la enorme puerta
de la casa.
Vio todo oscuro, pero no encendió la luz.
–¡Padrinooooo! -Gritó mirando a todos lados
–Aquí estoy Teo. -Encendió la lámpara que
tenía al lado y bebió todo el vino que había en la copa. Se levantó.
–¿Por qué estás a oscuras?
Victor se le acercó y le lanzó un golpe,
luego otro y otro hasta que el chico cayó al suelo y siguió golpeándolo.
Teodoro sangraba pero no decía nada ni se
defendía, dejó que su padrino descargara toda su ira sobre él. Cuando Victor se
dio cuenta de la sangre se detuvo, sus ojos abiertos, con la rabia reflejada en
su rostro veía a a su ahijado que también lo miraba.
–¿Ya? ¿Te sientes mejor?
Victor comenzó a llorar desconsoladamente y
solo de su boca salían porqués. El llanto fue creciendo, gritaba, se acostó
sobre Teodoro, unos minutos después se levantó y el chico se incorporó, de su
nariz caía un hilo de sangre, un pómulo lo tenía golpeado con un raspón, no se
quejaba.
–¿Tú crees que Ricardo era el hombre que te
convenía?
–Tú no entiendes nada carajito, no
entiendes nada.
–Entiendo que Ricardo no te convenía, por
el amor que le tienes haz hecho cosas terribles. ¿él te ha retribuído esa
lealtad? No, solo con dinero. Ellos, tanto Rebeca como Ricardo no merecían vivir,
eran basura para este mundo.
–¿Y tú? ¿Tú que eres? No eres distinto a
ellos.
–Ellos me hicieron lo que ahora soy.
–No, tú eres así porque decidiste serlo,
pudiste tomar el mejor camino, pero te llenaste de odio.
–Yo soy irrecuperable padrino, voy a tener
el mismo desenlace que ellos. Pero tú puedes salvarte todavía, eres bueno,
tienes a un carajo que te ama, pueden hacer una nueva vida.
–No tienes derecho a hacer lo que hiciste.
–La vida me dio el derecho de hacerlo y no
me arrepiento, lo volvería a hacer una y mil veces.
Teodoro buscó en el bolsillo del pantalón y
se metió cocaína mientras hablaba con su padrino.
–Ricardo quería sacarme del testamento y me
dio arrechera. Pero igual ese dinero no lo quiero, será para ti padrino, eso lo
tengo arreglado.
Victor volteó la mirada, sentado en el piso
recogió las piernas y las abrazó llevándolas a su pecho y comenzó a llorar de
nuevo. Nada le podía quitar el dolor que sentía.
–Te diría para tener sexo ahora pero no
creo que quieras, además marico me diste duro en la cara.
Victor levantó la mirada y agarró por el
cuello a Teodoro que esta vez se defendío y se soltó de su padrino.
–Nos vas a ser tú quién me mate. Yo me voy
a entregar a la policía, me voy a cambiar para ir presentable a la comisaría,
pero no me voy a lavar, iré así para que vean el odio que me tienes.
–¡Vete de esta casa y espero que no
vuelvas!
–Tranquilo padrino, hoy será la última vez
que piso esta casa y que me verás, eso lo tengo claro. Busca a Lucas y quédate
con él. Te quitará ese dolor que ahora sientes por alguien que no merece ni una
de tus lágrimas. Voy a subir a ver que me pongo.
Mientras Teodoro subía las escaleras para
ir a su antiguo cuarto, Victor se tumbó
boca arriba en el piso viendo al techo mientras las lágrimas le corrían a los
costados.
El muchacho abrió el clóset buscando algo
que le sirviera, la ropa que tenía ahí era de hace dos años. Con total
tranquildad iba revisando los trajes y las camisas, de vez en cuando se
limpiaba la mano en su franela cuando se limpiaba la nariz llena de sangre
hasta que la hemorragia se detuvo.
Sacó un traje negro, una camisa blanca de
rayas azules celeste delgadas y una corbata vinotinto. Buscó unos zapatos
negros brillantes. Se peinó y se vistió.
Bajó las escaleras, su cara manchada de
sangre e inflamada por los golpes contrastaba con lo elegante de su ropa.
–Padrino, ya estoy listo para ir a la
policía. ¿Qué tal me veo?
Victor no respondió, su mirada estaba fija
en un punto del techo.
Teodoro se agachó hasta donde estaba su
padrino, se puso de cuclillas y le dio un beso en la boca, un beso que Victor
no respondió.
–Me voy, me despido con un hasta luego
porque sé que nos veremos pronto en otro plano. –Se levantó y se fue hacia la
puerta.
Victor se levantó del piso se limpió la
cara y fue al baño. Se lavó, orinó y buscó su celular para llamara a Lucas.
–<Hola chamín>
–<Hola, estoy en la oficina, ¿vas a venir?>
–<No, ven a mi casa, quiero verte, te
necesito ahora>
–<¿Pasa algo? ¿estás bien?
–<Pasa de todo, te explico cuando
llegues>
–<Tomo un taxi y voy para allá>
–<Vente con el chofer, yo le aviso ahora
mismo>.
Teodoro estacionaba el carro en la calle,
poco le importó dejarlo mal parado, apagó el carro, volvió a meterse otro poco
de cocaína y se bajó. Se colocó el arma detrás y la tapó con el saco.
La gente lo miraba extraño, un muchacho en
traje a esa hora entrando a la comisaría, era raro.
–Buenos días.
–Buenos días joven, ¿qué se le ofrece?
Miró a la mujer policía y luego mirando al
frente, habló en voz alta.
–BUENOS DÍAS, SOY TEODORO SUCRE, EL HIJO
DEL DIFUNTO GOBERNADOR RICARDO SUCRE. –Sacó el arma y los cinco policías más la
policía que estaba en la entrada echaron hacia atrás desenfundando sus armas de
reglamento.
–¡Baje el arma ciudadano!
–Este es el asesino de su padre. –Le
susurró al policía que le dio la orden al chico.
–Joven, baje el arma.
–Vengo a entegarme agente, me declaro
culpable de asesinato, maté a mi padre y mi madrastra.
–Le tomaremos su declaración pero baje el
arma, no queremos que ocurra una tragedia.
Teodoro llevó el arma hacia adelante y la
accionó impactando la bala en el policía que mantenía la conversación.
Una lluvia de disparos contra el muchacho hicieron
que cayera al piso.
Tumbado con la camisa blanca ahora teñida
de rojo, aún estaba vivo, cuatro balas impactaron en su cuerpo, Dos policías se
acercaron mientras el resto atendía al funcionario que recibió el disparo del
chico, que, gracias al chaleco, solo fue
un fuerte golpe en el pecho.
–¿Estás bien? –Le pregunta un policía a
Teodoro que lo ve a los ojos y sonríe.
–Estaré bien cuando muera, pero no me dejes
morir así, es muy triste…y muy fácil morir así después de haber matado a tanta
gente ¿no crees? Tengo que sufrir un poco.
–LLAMEN A UNA AMBULANCIA ESTE CHICO SE ESTÁ
DESANGRANDO!
–No exageres, estoy bien son solo cuatro
balas, todas salieron de mi cuerpo.
–¿Qué edad tienes?
–18 añitos, soy un bebé. Quiero levantarme.
–No, no, no, quédate quieto, estás herido,
puedes tener la columna malograda.
–Me voy a parar de todas maneras.
A pesar que no lo dejaban él se puso de
pie, aunque mareado, lentamente lo hizo, cerró los ojos, sentía dolor. Se tuvo
que sentar pues estaba perdiendo sangre. Taparon los orificios para detener la
hemorragia. Llegó la ambulancia.
Teodoro iba en la unidad con dos policías.
–Avísenle a mi padrino que estoy herido, por favor, en mi bolsillo está mi
celular.
El policía metió la mano en el bolsillo y
sintió algo duro, no era el celular.
–Estoy… guardando sangre en mi guevo… para
no perderla, lo tengo parado. –El policía se puso nervioso y sacó el celular.
Llegaron a la clínica que le había dicho el
muchacho, ya habían dos unidades de policía para custodiar el área. Lo
ingresaron por emergencia. Lo recibieron y de una vez lo enviaron a quirófano.
Este muchacho está drogado.
–¡Sálvelo, es lo que nos importa. –Dijo uno
de los policías.
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